El restaurante de la semana: Futami








FUTAMI
Enric Granados, 10. Barcelona.
T: 93.515.03.12.
Menús de mediodía: de 12,5 a 14,5 y 25 €.




Mecánica a la japonesa






Esta es la historia de dos amigos recientes y cómo la restauración les ha reconducido la vida.
Hace poco, Toni Durban era mecánico en una empresa y esa pericia manual la aplica ahora a la fabricación de makis.

Daisuke Kigawa trabajaba en San Diego –donde la orca Ulises señorea el zoo y es una promesa de sushi gigantesco–, voló a Barcelona de vacaciones y su mujer suspiró que era en esta ciudad donde deseaba vivir.
Han cumplido: en diciembre pusieron wasabi a un negocio, Futami, que habita el espacio del finlandés Routa, finalmente congelado.

Toni está casado con una japonesa y su suegra aprovechó el viaje de la familia de Daisuke para trasladarles unos objetos.
Todas esas idas y venidas se resumen en que Toni es el ayudante del sushimanrapado y nacido en Tokio.
Entre ellos hablan en inglés y, cuando se enredan con esa lengua que no es la de ninguno de los dos, los auxilia Laia, que estudió japonés y trabaja como camarera en transición laboral.
“Antes de abrir, Daisuke me dio un cursillo rápido y me encargo de los makis”. Toni alza un soplete para soasar el atún y se le ve cómodo en esta nueva mecánica, orgánica y sensible. El catalán ha aprendido bien el cometido y asiste al itame sin hablar, en una coreografía eficaz para dos que hace poco que bailan juntos.

El lugar idóneo es una de las nueve plazas de la barra de la entrada, en concreto frente a Daisuke.
Por casualidad, me ofrecen esa silla, a tocar de los cuchillos del chef. El más largo muestra un filo temible.

Estuve en Routa en junio del 2010 y tampoco fue fácil comunicarse con los dueños: será que el espacio está predestinado.
Es aventurado predecir qué puesto ocupará Futami en el star system japo de la ciudad y tras palillear el Menú a cargo del chef a 25 euros lo veo cercano a Can Kenji, aunque más formal. Bebo cerveza Asahi, fuera del menú, lo que aumenta la factura a 28,50.

Trago y miro y me atraen más los movimientos del chef, la minuciosidad, la limpieza, la habilidad en el corte, que lo que me llevo al buche. No digo que sea deficiente –lo peor, el exceso de sal en la sopa de almejas con sake y mantequilla y unos bivalvos poco jugosos– sino que adolecen de impacto.

Ese menú no incluye el celebrado cóctel de ostra que otros han ensalzado, así que me conformo con un tartar de atún con aguacate y tres tiras de nori para que me organice el bocado, los bocaditos, los sandwichitos.
Ese háztelo-tú-mismo es sabroso, invita a la manualidad.

La ensalada con pimientos, lechuga y maíz es prescindible, la sopa ya ha sido comentada y el salmón con salsa teriyaki y especias roza a la excelencia.
Acabo con el kaisen chirashi, el “sushi esparcido”, arroz con un-poco-de-todo, trocitos de nori, salmón, atún, cangrejo, huevas con wasabi, que ataco con placer desparramado. Los doriyakis, de judía y de fresa, resultan agradables y el café es del Magnífico.

¿Por qué recomendarlos? Porque he visto trabajar a Daisuke y me parece serio y aplicado aunque sería inteligente organizar ese Menú a cargo del chef con ingredientes y sugerencias menos trilladas.

Por el momento, lo que me convence es cómo la gastronomía ha unido a un mecánico y un chef que encajan en silencio.
  




PICA PICA
Atención: a los menús, con precios para bolsillos y bolsas, 30, 40 y 50 euros.
Recomendable para: los que quieran conocer un japo de serie media.
Que huyan: los que no se hipnotizan con el corte del pescado.




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