Jean Luc Figueras, el chef indómito






Esta foto la hizo Albert Bertran para el capítulo que dediqué a Jean Luc Figueras en el libro Los genios del fuego. Lo titulé La ligereza del púgil. A Jean Luc le encantaba la imagen.





{Artículo publicado el 5 de septiembre en El Periódico de Catalunya}



"Solo somos unos paelleros"




Los amigos, a veces, llamaban Joan a Jean Luc Figueras (Saint Antonin Noble Val, 1957-Antioquia, 2014). Era una forma de homenajear al padre, exiliado catalán en Francia tras la guerra civil, huido de un campo de concentración.

Mucho del espíritu inconformista, rebelde y luchador de aquel hombre fue traspasado al hijo, que estuvo en el mundo durante 57 años escapando de yugos y obligaciones. Intentar ponerle un collar era incitarlo a correr más rápido y más lejos. Ni mujeres, ni hijos, ni restaurantes fueron suficientes para domesticarlo.


“Soy una persona de sangre y, además, muy inestable”, eso lo decía allá por 1998 en una entrevista para el libro Los genios del fuego (1999). Ocupaba una butaca en el primer piso de su restaurante de la calle de Santa Teresa y hablaba con franqueza y sin miedo del oficio. Escucharlo era recibir guantazos. “Solo somos unos paelleros”.

Y eso que estaba tocado por el genio, aunque nunca se atrevió a soltarlo del todo. Parecía como si temiera desbocarse –no así en la vida—y que cocinara bajo ciertas reglas canónicas. Dotado para la Gran Cocina como pocos, fue creador de platos icónicos (calamar a la romana a la inversa, ravioli de ostra y peu de porc, canelón de cigala con tomate confitado, canetón con trufita de fuagrás) que forman parte de la genealogía gastro de la ciudad. Si alguna vez los historiadores estudian la Escuela de Barcelona, JL estará en lo alto.

Cayó muchas veces y se levantó otras tantas, entrenó o fogueó a pequeños maestros (Jordi Vilà, Oriol Rovira, Jordi Parramon, Xavier Ferraté, Jordi Parra, Albert Ventura, Oriol Castro, Joan Bagur, Paula Casanovas, Jordi Butron) y se retiró y volvió a la acción en más ocasiones que dedos tienen las dos manos (Eldorado Petit de Lluís Cruañas, Azulete, Jean Luc Figueras, Blanc, asesorías). Incluso tuvo una temporada de tupperchef, cocinero de alquiler para banquetes privados.

En la última etapa en el Hotel Mercer se le veía centrado y contento (“tengo muchas ganas”), trabajaba, y se peleaba, con sus hijos Claudia y Eduard, también talentoso chef.

Soñó durante un tiempo con ser guitarrista: la llamada del camino. También quiso ser panadero. Y abrir un bistrot en el que ser su jefe y recobrar una libertad primitiva y salvaje, ser ese hombre sin leyes que fuma y bebe y toca la guitarra y lo aman las mujeres y los hijos, aún pequeños, alborotan y juegan.


A principios de verano, me telefoneó para anunciar que, durante unos días, recuperaba un plato radical que le alabé muchas veces: el tatín de cerezas y pulpo con aceite picante. No fui, no lo comí, no vi a Jean Luc. Y hoy lo siento de veras.






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