Casa Amèrica y Rusia









Entrar en Casa América Catalunya y ver la máquina de escribir de Cortázar fue querer robarla para comprobar si el genio se pega como una enfermedad benigna.
En las teclas quedan rastros de ADN como un recuerdo microscópico del talento.

Fui a Casa América Catalunya para moderar una charla con tres chefs: el mexicano Paco Méndez, el peruano Jorge Muñoz y el italo-brasileño Rafa Vertamatti. Fluyó la conversación con la frescura e intensidad que dan la lima y los ajís y solo al final llegó el surrealismo en forma de pregunta.

Un hombre que parecía enfadado, o tal vez la contundencia era un rasgo de carácter, quiso saber si las cartas de los respectivos restaurantes estaban traducidas al ruso.
Aclaró que tenía una agencia y que unos clientes se lo habían pedido.
Entre las lenguas de sus cartas, dijeron, no estaba el ruso, pero recibían a clientes de esa nacionalidad sin problemas.
La cosa duró un rato más, incluido un ofrecimiento para la adaptación por parte del interesado al idioma de Dostoyevski.

Lo chocante es que el diálogo a lo Karamazov sucedía en Casa América y no en la más adecuada Casa de Rusia.






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