Viva el embutido (vegetal) // #CuentoTallaS
Embutido.
Los de márketing creían –de una forma rotunda e inapelable– que su departamento
era el más importante de la compañía de alimentos. Se sentían superiores
incluso a los de I+D, encargados de crear los nuevos productos y que a ojos del
resto de empleados eran el legítimo corazón de la empresa. Los de márketing
sostenían que sin su talento los embutidos o los platos preparados jamás
saldrían de las neveras de las tiendas y que eran sus ideas de packaging,
diseño o rotulación las que enganchaban o imantaban a los clientes.
Bosta. En
su defensa argumentaban que aquella vez que los ingenieros pusieron sobre la
mesa una hamburguesa vegetal con aspecto de bosta de vaca se las apañaron con
frasecillas ingeniosas para que el comprador no se diera cuenta del buñuelo que
estaba adquiriendo. Al disimulo contribuía un dibujo en representación del
contenido que ocultaba parcialmente el interior (si hubieran puesto una foto
podrían haberlos denunciado por publicidad engañosa). Solo al abrir el paquete
surgía el truño. Si además los osados se atrevían a cocinarlo, el sabor y el
olor eran indescriptibles: un cruce entre setas viejas y algas pochas.
Despacharon miles de cajitas.
Gluten. El
objetivo era cubrir la distancia entre la realidad que vendían y el ideal que
imaginaba el ciudadano. Comistrajos de aspecto sospechoso escondidos en
brillantes envoltorios. Compadecían a los colegas de I+D, atormentados por las
modas y las tendencias. ¿Qué exigía el público? O, formulado de otro modo, ¿qué
querían las multinacionales que el público exigiera? Productos sanos, productos
light (el término era muy antiguo, y ambiguo, pero aún válido),
productos bajos en, productos sin. Lo primero era señalar al
enemigo y convertir el rechazo particular en ley universal. Gluten, malo,
malísimo. Lactosa, mala, malísima. No importaba que la mayor parte de la
población no tuviera problemas con el gluten. Consideraban que el primero que
envasó aceitunas con hueso y puso en el tarro de cristal la leyenda sin
gluten era un genio.
Trampantojo. Lo
que más los excitaba era trabajar con lo imposible, con la representación.
Construir atributos de lo carnívoro con ladrillos verdes siempre daba lugar a
una tercera cosa, similar a la copiada (los ingenieros dominaban la técnica del
trampantojo), aunque con un gusto a celulosa que los alejaba del placer.
Suprimir las grasas animales era fusilar el sabor. Embutidos con formas
parecidas a los originales, que eran rechazados en las pruebas de boca. No
pasaba nada: ahí estaban ellos para rellenar con su talento las carencias de
los científicos. Disfrutaron especialmente con el chorizo picante porque el
chile ayudada a disimular la insipidez. Era tan ardoroso que inventaron una
promoción con comefuegos. ¿Por qué a los que no comían carne les atraía una
simulación de lo prohibido? Un enigma solo al alcance de los moralistas.
Espolvorear.
Ellos siempre pensaron que su principal cometido era disimular las trampas de
los amigos de I+D. En el oficio había un mandamiento: para que haya muchos sin
tienes que añadir (disimuladamente) un buen número de con. Si en el
frontal de un paquete de fiambre se veían obligado a escribir en letras grandes
sin colorante, sin glucosa, sin lactosa, era porque en el reverso, y en
minúscula, escamoteaban la información realmente importante, que era el con:
antioxidantes, estabilizantes, azúcar, glucosa, aroma, conservantes. Los
mejores amigos de los químicos eran el nitrito sódico y el glutamato
monosódico. Cómo disfrutaban espolvoreando por aquí y por allá.
Zanahoria.
Los maestros de la propaganda retorcían la semántica hasta secarla. Como las
cantimploras en el desierto, habían vaciado las palabras de sentido. ¿Qué
querían decir extra, premium, etiqueta negra, supremo, seleccionado,
exclusivo? El último reto que les habían lanzado los de I+D era el
embellecimiento narrativo de una salchicha para veganos. Pensaron en un cerdito
sonriente comedor de zanahoria y registraron un nombre amable que hacía
referencia a lechugas y tomates: Ensalchicha. Redujeron al mínimo la
etiqueta con las decenas de aditivos necesarios para mantener unido el
engrendro. Les dieron premios a la innovación, a la sostenibilidad y a la salud
en varias ferias especializadas del sector.
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