(Emilio) Rojo es un gran blanco







Tiene apellido de tinto, pero lo que elabora Emilio Rojo es un blanco extraordinario. Nacido en Arnoia (Ourense) en 1952, es uno de los mejores bigotes de la viticultura, hombre de verbo con meandros, tertuliano rural en el que deberían fijarse las emisoras de radio.

Probar la añada del 2015 es un privilegio. Saldrá a la venta en abril, si bien Emilio ha envasado alguna botella para las catas iniciáticas. Tostados en nariz y cuerpo ondulante en boca. Uno de esos vinos que no cansan, sin artificios: solo naturaleza. No es sexo: es amor.

En 1987 elaboró 6.000 botellas. Hoy son 5.800. Este hombre tiene menos vista comercial que un pez de los abismos. Dejó el trabajo como ingeniero de Telecomunicaciones para comunicarse con una pequeña viña. Su padre le dio un consejo: "Vino puede hacerlo cualquiera. Mira que hay que vender".

Y vender, lo vende todo. Los conocedores van tras sus escasas botellas como perdigueros. Los distribuidores tienen cupos. El que más, 60 cajas. Ha cumplido 65 años y le preocupa el futuro, aunque no lo agarrota: "Estoy mejor que nunca". ¿Quién herederá la viña, tan coqueta? ¿Quién la cuidará como una rosaleda?

Su conversación es heterogénea y mezcla al peluquero con la lamprea. Llega con una elegancia inesperada, acostumbrados a las botas enfangadas: sombrero, bigote y perilla de mosquetero, jersey gris y pantalones de piel. Y una gabardina: "Pertenecía a un amigo que murió". Solo Emilio.





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