Restaurante La Contrasenya // Barcelona






  • Teléfono: 695.560.321.
  • www.vinent.net
  • Cenas de jueves a sábado. Menú (sin vino): 25 €.


¿Cuál es la contraseña?


Después de muchos años dando la cara, la periodista Àngela Vinent se ha especializado en la clandestinidad. «A mi edad y después de una larga trayectoria, me he tenido que reinventar y lo he hecho con una de las actividades que más me gustan: la cocina. La otra es la pintura, pero hay que ser muy buena para ganarse la vida».

En las paredes de La Contrasenya, su garito, los cuadros representan chimeneas y edificios fabriles, vestigios de aquel Poblenou febril.

El interesado sigue la ceremonia de los escondites: nocturnidad, teléfono, contraseña, montacargas, entorno singular. Solo cenas para un máximo de 14 personas.

La comida. La pintura. El comedor de Àngela está en el taller de Poblenou. Orillando el hecho comestible, entre un plato y un bastidor se establecen más similitudes que diferencias.
Salsas y acuarelas, pinceles y pinzas, finura y firmeza, energía y transformación. En un plato, en un cuadro, arde un fuego.

«Clandestino es oculto, pero no ilegal. No es un restaurante normal y corriente. He investigado y hay demasiados falsos clandestinos». Se refiere la chef-periodista a los espacios encubiertos diseñados desde los despachos de márketing. Cocina de salón para comensales con ganas de feria.

El escondite de Àngela ofrece otros lujos. La cercanía –desde cualquier posición espías las operaciones de la anfitriona y su hija, la escultora Helena Nadal– y una cocina de entusiasta ilustrada. Es-esa-clase-de-personas-que-organizan-exitosas-cenas-de-sábado.
Tras seis meses de entreno, la cocinera mejora sus conocimientos con estudios en la Hofmann. «El estrés del momento es como el del cierre de un diario o de un informativo»

No hubo ningún error en el pase y la sorpresa de un bacalao fantástico, confitado, meloso y terso, con berenjena y crema de pimientos a la leña. «Los asamos en nuestro huerto del Pallars Jussà. El aceite de oliva es de los olivos de mi suegro».

Demuestra la preocupación de la gurmet de raza, que perdiguea los productos por diferentes mercados.

Agarrado a una copa de cava rosado Loxarel 999, picoteando en el pan de La Torna, transité por países: dados de atún marinado en soja y aceite de girasol (necesita otro amortiguante), el humus (de premio) con bacalao esqueixat; el filete de salmonete, gambas con miel y sésamo con espárragos verdes al wok («son de aquí, no de Perú») y el cremoso de guisantes con crujiente de beicon. El sorbete de mango era de un pastelero artesano, Àngel.

«Me he inspirado en un clandestino de Londres, The Secret Ingredient, donde fui hará ocho o nueve años».
En Barcelona, los iniciados hablan de Jezebels y Kokun.

Los paladares cubanos, los apartamentos neoyorquinos, las raves gastronómicas en lugares destartalados.
Escapando de las rutas transitadas, proponen recogimiento y placeres privados.




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