Manuel Vázquez Montalbán, 10 años de ausencia






El dibujo de Miquel Ferreres que acompañaba el artículo
Manolo aún no ha llegado, publicado el 19 de octubre del 2003 en

El Periódico de Catalunya.




[El escritor Manuel Vázquez Montalbán fue encontrado muerto en el aeropuerto de Bangkok. A las 8,30 de la mañana del 18 de octubre del 2003 me llamó Dani. Noqueado, subí a Vallvidrera. Por la tarde fui a la redacción y escribí esto. Uno de los textos más difíciles. La necrológica es un género que es mejor evitar].


Manolo aún no ha llegado



El corazón. Es una víscera de la que no te puedes fiar. El de Manuel Vázquez Montalbán era demasiado grande. Sobre todo en un sentido poético. Estos afligidos días será difícil encontrar a alguien que hable mal de él, excepto la carcunda, el facherío residual, uno o dos críticos desorejados.


Puede que algunos piensen que con la fortuita muerte se destapará algo maloliente, una vida secreta, un vidrioso trasfondo, pero que los enterradores y los disecadores estén tranquilos: lo que se veía era lo que había.


Comunista, famoso, recto, altruista, acomodado, la mejor persona.


Como ningún otro fue capaz de armonizar adjetivos confrontados.


La última vez que Manolo charló por teléfono con su mujer, la profesora Anna Sallés, antes de la infausta conexión de Bangkok, le dijo que quería llegar a tiempo a Barcelona para ver el Barça-Deportivo.


El partido se jugó. Manolo nunca sabrá el resultado.


También le hizo a Anna un dulce encargo: «Háblale de mí a Daniel para que no me olvide». Después de tres semanas de viaje como un bumerán por Australia, Manolo temía que a Daniel se le emborronase su imagen. Daniel es su único nieto. Daniel lo llamaba ato.


Leída ahora la frase es un epitafio.


Por su educación de posguerra, educación de lija y coscorrón, Manolo era poco dado al besuqueo, pero desde el nacimiento de Daniel en el año 2000 había renovado, o refundado, los cimientos emocionales. Esa misma calidez ya la había experimentado en 1966 con la llegada del hijo, Daniel.


En la casa de Vallvidrera hay una foto impagable: espalda contra espalda, el padre, bigote y purito, y el hijo, de muy poca edad. Un duelo. En las manos, las pistolas de plástico.


Este hombre de gran altura moral e intelectual, y de talla física menuda, sufría una enfermedad: una timidez crónica, lo que en ocasiones podía dar al trato una involuntaria brusquedad. Pero una vez cruzado ese espino surgía el ser atento y amable, dotado de un penetrante humor, capaz de radiografiar el mundo en cinco palabras y media.


Manolo ha sido la panacea de los periodistas, pues hasta el más botarate preguntador publicaba una estupenda entrevista. Sólo tenía que callar y escucharle.


Manolo era ubicuo. Había presentado miles de actos y prologado cientos de libros. Era requerido incesantemente y casi nunca decía que no. El porqué de esa multiplicidad tiene explicación: él aceptaba porque tantísimos otros, soberbios artistas, se negaban a ir, así que, ¿quién echaba una mano a aquella asociación de vecinos, a este escritor novel, a ese grupo de jóvenes revolucionarios?


A veces, Manolo, hijo de represaliado, hijo del barrio, hijo de Gramsci y el bolero, tenía la sensación de que no ocupaba el lugar que le correspondía en la sociedad, que había llegado demasiado lejos, que, por herencia, casi por genética, su forzosa condición era la de proletario.


Se sentía un extranjero en algunas tiendas de ropa de la Diagonal, como si su cuello no fuese lo bastante bueno para aquella camisa.


Por eso tardó tanto en comprarse el gran coche de color burdeos. Era su sueño de juventud, aplazado objeto de deseo. Pero el vehículo fue manolizado. Transportaba a los dos perros en el asiento trasero. El cuero olía a chucho. A chucho simpático y lamedor, por supuesto.


Ayer, a las dos de la tarde, la familia pensaba ir a recogerlo al aeropuerto de Barcelona. Todavía no ha llegado.



[Y unas pocas páginas más allá apareció una columnita retratando al Manolo gastronómico. Muchas personalidades, muchas personalidad, en un solo cuerpo]




El hombre que cocinó una enciclopedia



Vázquez Montalbán fue un autor tan superdotado que él sólo escribió una enciclopedia de cocina.


En todos los países civilizados esa elefantiásica labor la realizan un par de cientos de personas. En Occidente no ha habido un sistema de medida fiable para calibrar la cabeza prodigiosa de Montalbán.


Tampoco su paladar hipersensible ni su tripa dúctil.


El Carvalho gastronómico son 10 volúmenes que Ediciones B publicó y que no han recibido la audiencia pública que merecen. Esos textos deberían ser lectura preceptiva para los cocineros y los cocinillas, y pica pica de consulta para el público con gazuza.


Supo Manolo de comer y de cocinar.

Y de las dos cosas, muy bien. Provenía de una cocina de subsistencia, exaltada en el arroz con sardinas de su abuela, y fue sofisticando el gusto con los años, sin olvidar nunca la gramínea primigenia, que se guisaba como autohomenaje cuando estaba solo.

Su literatura gastronómica se refinó al compás de sus gustos. El deslumbrante L’art de menjar a Catalunya (1977) era un fricandó mientras que Contra los gourmets (2001) parecía una tortilla de patatas deconstruida. Muertos Pla y Luján, nos quedamos sin la tercera punta del tenedor.


Hoy los manteles son negros.




Comentarios

  1. Hola, Pau,
    Sí que hi ha comentaris en el teu post:
    http://cuinacinc.blogspot.com.es/2013/10/manuel-vazquez-montalban-10-anys.html
    Una abraçada,
    fina
    Totally agree!

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    Respuestas
    1. M'agraden molt aquestes imatges. Una feinada. El llibre del Dani, que estic lleguint ara mateix, 'Recuerdos sin retorno', es absolutament necessari per aprofundir en el personatge.

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  2. Hola, Pau, sí sí. Vaig posar la coberta del llibre del Dani, també. al final del post i el llibre que tu vares fer el pròleg:))
    Moltes gràcies!! seguim!
    f.

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