Se creían los mejores, se creían los peores // #CuentoTallaS


Jeringuilla. Se conocieron durante los años incandescentes del instituto. Aunque procedían de distintos barrios, coincidían en la clase social y en el disgusto. La estética punk los atravesó como imperdibles. Eran los raritos, eran los extraños, eran los marginados, eran los señores de aquel rincón del patio a la sombra de un platanero. Se creían los mejores, se creían los peores. Entre ellos y los demás había una frontera con dos fosos: el del miedo y el del desprecio. Los habían unido las chaquetas rotas de comando, las botas militares, los peinados de cresta y la música que sonaba como un nido de comadrejas matándose entre sí. Pero fueron las drogas las que los hermanaron. Brothers de jeringuilla.


Platanero. A la sombra parcheada del platanero se constituyeron como grupo musical porque les parecía que para alzar la voz –para tener una voz– era necesario un micrófono. Tres chicos y dos chicas: Los Perros y las Perras, se llamaron. Fue el estado de ánimo de cada uno el que decidió el instrumento correspondiente. Saray, alias Chow Chow, que de niña cantó en un coro, salió ungida como cantante, letrista y líder porque a nadie más le apetecía dar la cara. Los instrumentos fueron heredados de los hermanos mayores, o prestados, y alguno, como el bombo, robado del conservatorio, donde la seguridad era un conserje especializado en cabezadas. Tener por entonces un grupo era tan habitual como fumar en los espacios cerrados hasta ahogarse. La heroína se mezclaba con la sangre a goteo, antecedida por los nubarrones de marihuana. Ensayaban sintiéndose exclusivos –mejores, y peores– y, en aquel antro, el ruido que creían música exiliaba a las cucarachas.


Crucifijo. Tocaron en el instituto y en otros centros educativos, ganaron un concurso provincial, grabaron una maqueta, los radiaron en los programas modernos. Una noche para la historia los invitaron a la tele, donde escandalizaron a los buenos y temerosos televidentes que aún dormían bajo un crucifijo. Las crestas aserraban los cielos. Los escupitajos eran decir “te quiero”.  Una multinacional se fijó en esos soldados de la enseñanza secundaria, camino de la mayoría de edad, y les ofrecieron grabar un disco, del que extrajeron el sencillo Si nos llaman perros, mordemos.


Sobredosis. Fue un tiempo enloquecido, con actuaciones gratuitas ante cientos de personas en las fiestas patronales de pueblos perdidos. No bajaron de la noria durante meses. Vivían en una furgoneta, donde lo que se pinchaba más a menudo eran los brazos. Si nos llaman perros, mordemos fue un éxito millonario. Grabaron dos discos más, aunque el mercado ya los recibió como si fueran productos usados. Cuando falleció por sobredosis uno de los componentes, el llamado Gran Danés, el grupo también murió.


Vals. Saray  fue la única que siguió dedicándose a la música. Los días salvajes se volvieron de ceniza y la cocaína fue la alternativa blanca. Su estilo musical fue mutando a medida que la cresta se tornó rubia y lacia. Nunca se separó del hit, que versionó tantas veces y con tantos estilos que el aullido original pasó por ladrido hasta acabar en gemido lastimero. Se arrepintió de las mezclas para las discotecas y tampoco tuvo claro que el vals fuera el mejor ritmo para una letra que hablaba de las “perras del infierno”. El directivo de una discográfica le propuso grabar con una orquesta clásica y ella tuvo la lucidez suficiente para rechazar la oferta.



Nostalgia. A lo largo de los años, nada supo de sus ex colegas. Saray tenía tan poco que ver con Chow Chow como Kenny G con el talento. Un promotor organizó un festival aprovechando que la nostalgia se revalorizaba. Pensó que era el momento adecuado para reunir a Los Perros y Las Perras. La otra chica dijo que ya era abuela y que alojaba en su precaria vivienda a tres generaciones y que su situación le impedía el regreso. Otro de los hombres murió y el tercero, al que llamaban Chihuahua, había mutado en San Bernardo. Minutos antes de salir al escenario, Saray, cuya última adicción era el bótox, pensó que la versión del hit como bachata también era una mierda.     




Comentarios

Entradas populares de este blog

Restaurante Claris 118 // Barcelona

La guía Michelin quiere ser The World's 50 Best Restaurants

Desnudos y exhibicionistas: unas palabras sobre el 'food porn'