Bar Torpedo // Barcelona

















Bar Torpedo

Aribau, 143. Barcelona
T: 93.858.37.60
Precio medio (sin vino): 10-15 €



Cuando un gran chef hace bocadillos





Pregunto a Juanlu Pérez, uno de los tres socios del Bar Torpedo junto a Rafa Peña y Biel Gavaldà, el porqué del nombre: «Salió de un 'brainstorming'». En EEUU llaman submarino o torpedo a ciertos bocadillos alargados. De la carta de diez bocatas, el de albóndigas con tomate, mozzarella y albahaca es el que se asemeja al proyectil. Aunque destacable, es el menos explosivo de los cuatro que cené un martes en el Bar Torpedo.

¿Cómo podía fallar Rafa Peña, el jefe de Gresca/Gresca Bar y uno de los cocineros más talentosos de Barcelona?
La fórmula: desvergüenza y óptima selección de proveedores (panes del Forn de Sant Josep y Triticum, carne de Lyo, quesos de La Selvatana y Llet Crua)

Eligieron bien el punto de avituallamiento, a pocos metros de las coctelerías (Solange, Dry Martini y nada lejos de Ideal y Tandem) y en busca de un público noctámbulo y necesitado de sólidos tras la ingesta de líquidos.

Local verde, justificado estéticamente por Rafa por el ahorro que representa el pintar con un solo color. Taburetes rojos de escay, mesitas con servilleteros de plástico rescatados de anticuarios y un par de sofás correderos.

Camino del lavabo y frente a una ventanita para fisgar en la cocina, el futbolín. Rafa soñó con tener uno. Un sitio más raro que un sándwich de ensaladilla rusa, que lo hay en la carta.

En Gresca Bar, Rafa ya había ensayado con el aplaudido bikini de queso comté y lomo ibérico, que aquí no despacha y que podría estar en el cuadro de honor. El torpedo acaba de ser disparado y avanza peligroso. «Vendemos unos 100 panecillos de 'burger' y unos 130 bocadillos cada día. Queremos una solución fácil a la alimentación nocturna. Lo nuestro son copas y bocatas», explica el capitán del sumergible.

Vinos naturales, que es lo que le gusta al patrón: mejor el Sans Frontières, de Domaine du Mortier, que Nas del Gegant.

Oferta mini de entrantes: bien las patatas fritas (sin entusiasmo), mejores las croquetas (gana la de gamba) y superior, la codorniz rebozada, que llama con sorna Kentucky Fried Guatlla. En este punto, recuerdo una conversación con el cocinero cuando asesoraba Rilke sobre la ausencia de codornices en las cartas.

En el aire, venerables temas punk y rock con The Clash y los Rolling Stones, tal vez pensando en los cuarentones (¡y más!) que entrarán en el submarino verde. Aplaudo con las manos, las orejas y las aletas el bocadillo de cangrejo blando ('soft-shell crab'), con el bicho rebozado (harina-huevo-'panko'), 'crème fraîche', salsa con guindilla, cilantro y cacahuete.

La hamburguesa (en realidad, dos, de 70 gramos cada una) da alegrías: vaca madurada, mayonesa, mostaza, ketchup, peninillo, cebolla y gouda/cheddar. «Podría ser una de 140 gramos, pero prefiero el tostado de cuatro caras en lugar de solo dos», reflexiona Rafa.

Bikini de lengua (distintivo rafaeliano) con gouda en el que se abusa de la mostaza, descompensándolo. Lengua para morder a gusto.

Postre para adictos, ya desde el nombre: 'crack pie', pastel (demasiado dulce) copiado a Christina Tosi y que hizo famoso en Momofuku Milk Bar (quien quiera saber más, que mire el capitulo correspondiente de 'Chef’s Table', en Netflix).

Buen negocio con buenas perspectivas: el Eixample y la noche aún pueden digerir más restaurantes bocatiles.




LO+

La Kentucky Fried Guatlla, el bocadillo de 'soft-shell crab' y la hamburguesa.

LO-

La patata frita (variedad kennebec) y el exceso de mostaza en el bikini de pastrami de lengua.



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