Enric Rosich contra Ladurée




Arriba, ruedecillas de Enric Rosich. Abajo, las de Ladurée. 



La adicción a los macarons es una patología aún por estudiar. Pronto habrá yonkis del sándwich dulce, intentando desengancharse con Pantera Rosa. Que esa metadona industrial los ayude.

Los colores ácidos los aproximan a las pastis. La almendra molida como alucinógeno para yayas. Un producto ñoño rehabilitado en esta sociedad pop, casi un siglo después de su relanzamiento en el obrador de Ladurée, en París. La pastelería psicodélica. Será culpa de Lady Gaga.

En tiempo de crisis, paladas de azúcar. ¿Hay alguna otra explicación para el triunfo del macaron y su parentela obesa, los cupcakes?

Me gustan los macarons, aunque de uno en uno. El grupo me empancha.

No hay combate posible. Gana Enric Rosich, que vende en el centro comercial de Las Arenas y en el Bulevar Rosa, en Barcelona. Elaboración perfecta,etérea, crujiente, sabrosa sin empalago. Si dan eso en las iglesias para comulgar, volveremos a misa. Y a mejor precio (el suyo, a 1,30 euro la pieza; el de Ladurée, 1,70), sin contar el viaje a París y el achicharramiento de los ahorros.

Con los macarons, parece como si los pasteleros hubieran reinventado la rueda. La ruedecilla.




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