Paraguayo con mascarpone // Una receta contada









Fruta cocinada, aliñada con un lácteo y matizada con hojas





El origen de este postre es la improvisación. Lo compuso el maestro heladero Fernando Sáenz para una sesión de fotos.

En el original, remataba la fruta cocinada con crema ácida de sidra y fresitas. Funcionaron bien los sabores, decidida la combinación al momento. Ante la imposibilidad de comprar en Barcelona las brutales creaciones de Fernando, lo coherente es apelar también a la intuición.

En su obrador, tuvo un gesto irreflexivo repleto de reflexión: le desagrada la belleza de los helados perfectos.
Habla con ironía de la mejor quenelle del mundo: prefiere servirla aplastada, creando un nuevo canon de belleza. Lo único que considera es el sabor.

Este es un fin de fiesta tan rápido como resolutivo: se hizo con fondo de armario o nevera (lo que había).

Horno precalentado a 180º: solo el grill.
Cortar por la mitad el paraguayo, eliminar el hueso y mantener la piel para que no se deshaga.
Asar hasta que la superficie comience a dorarse (se ve en los bordes).
Sacar, dejar que se enfríe (o entibie) y quitar la piel.
Depositar una cucharada grande de buen mascarpone. Espolvorear con canela y azúcar moreno.
En la cúspide del manchurrón de queso fresco, un par de hojitas de melisa***, con su deje cítrico.

Fruta cocinada y golosa: seguro que pierde nutrientes, pero gana en placer.



***Recurrir a las hierbas frescas es buscar salud y riqueza gastro. Una sola hoja cambia el sentido de una elaboración.









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