El conocimiento, en el suelo





Una estación del metro de Tokio.
Para salvaguardar a las mujeres de los manoseadores, vagones únicamente femeninos.
"Solo mujeres", escriben en el suelo.







OPINIÓN. El que está sentado tiene un punto de vista más bajo.


COBRE. En este tiempo de cobre, la actividad económica principal se desarrolla en torno a los contenedores de reciclaje.


SEXISMO. “La violencia sexista azota a una de cada tres europeas”. Todos los hombres tenemos que revisar la relación con las mujeres.


ARROJAR. Al ver a una persona metida en uno de esos contáiners –medio cuerpo fuera, medio cuerpo dentro, escarbando con un gancho– el ciudadano apresurado puede concluir que están arrojando pobres a la basura. Todo llegará.


MARTILLO. Aquel hombre hacía un ruido de fragua. Era uno de esos subsaharianos que empuja carritos de chatarra. Son cientos de personas a dieta de cables y metales pesados. Piensa en esclavos arrastrando vagonetas en una mina. Acuclillado al lado de un contenedor, con un martillo intentaba desmontar una lavadora. Martilleaba con saña, expulsaba esquirlas de plásticos rotos. Los trozos sobrantes ocupaban un radio de varios metros. Al acabar, ¿barrería el destrozo o seguiría su rastro de buscavidas? Nosotros tenemos que entender su necesidad y él, que ocupa un espacio común. Nosotros no lo vemos. Él no nos ve.


ENCICLOPEDIA. Junto a otro contenedor, alguien había dejado apilados varios tomos de una vieja enciclopedia con tapas verdes. Poseer una enciclopedia daba prestigio, señoreaba raquíticas bibliotecas. Tener una enciclopedia era fabricar una escalera de papel para alcanzar el futuro. La gente ahorraba e iba comprando tomos con la esperanza de que, con la Z, adquirirían de golpe la sabiduría.


BARNIZ. Ese conocimiento estaba por los suelos. Hace años que los viandantes manosean las posesiones y los recuerdos de otros cuando aparecen tiradas en las aceras. Si alguien se desprende de un par de sillas en buen estado, es posible que acaben formando parte del mobiliario de un comedor con una capa de barniz y el encanto de lo vintage. Algunos paseantes cogieron los libracos con los lomos desgarrados y el verde macilento por si podían ser objeto de un reciclaje. Entre los mirones, cinco ancianas. Se detuvieron un rato y siguieron la marcha.


PAPEL. El vendedor de enciclopedias en papel pertenece a una raza amenazada. Pregunto y me explican que lo que aún funciona es la especialización: grandes obras sobre literatura, música, arte, naturaleza. Ese peso en las rodillas.


INTERNET. Una jubilada le dijo a otra: “Ya no sirven para nada. Lo tienes todo en internet”. Si el comentario hubiera salido de un joven no habría llamado la atención. Apesadumbra al ser expresado por una mujer que seguramente ahorró para comprar una enciclopedia y su sueño de cultura.






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