Siembran personas











DESIERTO. Pachacútec está cerca de Lima, a menos de 40 kilómetros, pero el tráfico es una sopa con tantos tropezones que el viaje puede demorarse un par de horas. Según el eufemismo local, Pachacútec es un asentamiento humano con 250.000 viviendas. A ojos del forastero, es un desierto con chabolas. Impresiona pisar los cerros polvorientos. El vecino mar y su promesa de frescor y relax y huida es un contraste, azul desvaído, con el secarral.


ESTERA. “Si alguien llega, planta su estera y se sienta, con el tiempo puede quedarse con el terreno”, cuenta una limeña. Es una forma de ocupación precaria, la más básica, a la desesperada. La persona es el pilar del edificio inexistente. Resistir a la intemperie. Luego, con el tiempo, podrá construir. La mayoría de las viviendas son un tejado de uralita y cuatro chapas. En las calles sin asfaltar abren multitud de ferreterías. Parecen negocios prósperos: solo así se entiende su multiplicación. Cada barraca necesita apaños permanentes.


DESIERTO. Dos empleadas municipales, con la cara tapada para protegerse de la arena a la manera de los beduinos, barren. Es la tarea más inútil del mundo.


COLINA. En lo alto de una colina, la fundación Pachacútec. Centro de formación, acoge a los estudiantes del vecindario y a los de otras poblaciones, que llegan a la estepa después de un damero de autobuses. La escuela de cocina fue financiada por el chef Gastón Acurio. Es su mayor logro. Pasar de la teoría a la acción. En lugar en el que escasean la comida y la educación forman cocineros y educadores.



HAMBRE. Los chavales salen con tanta hambre profesional que consiguen empleos en los mejores restaurantes de la metrópolis. En una de las noches siguientes cenaré en Astrid&Gastón/Casa Moreyra, un restaurante de referencia mundial, que dirige Diego Muñoz. Diez alumnos de Pachacútec están empleados allí. La tortilla de garbanzos con caviares y el escabeche de cojinova con cebolla, pequeñas obras maestras, pasan por sus manos.



SEMBRAR. Cuando estás en Pachacútec, abrasado por el sol, rodeado de dunas sin categoría, piensas que nada puede crecer aquí. Y resulta que siembran personas.



ALUD. Conozco a una mujer gracias a Gastón. Se llama Celfia Obregón y preside Aders Perú, que lucha para que los campesinos reciban precios justos por las patatas, las papas. Cuando se presenta, dice: “Nací dos veces, en 1960 y en 1970”. Fue una de las 300 personas que sobrevivieron al alud de barro que, tras un terremoto, sepultó la ciudad de Yungay. La salvó el circo. “Era la primera vez que iba”. Y la última.



CONTENEDOR. La biblioteca de Pachacútec está alojada en un contenedor de metal. La cultura rebrota en terreno baldío.



INCA. Pachacútec fue uno de los incas más grandes, fundador del imperio. Llamar al erial con su nombre es ironía o el más profundo de los homenajes.














Comentarios

  1. esta es la mejor manera de ayudar a las personas necesitadas y de escasos recursos,muchos prometen pero no cunplen ,pero solo los que piensan y sienten la nacesidad de canbiar las cosas lo hacen sin darse publicidad y ese es acurio un hombre vicionario que ama lo nuestro ,y tiene fe sus conpatriotas.

    ResponderEliminar
  2. Visitar Pachacútec es impresionante. Altamente recomendable. Es una forma de detener el desierto.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Restaurante Claris 118 // Barcelona

La guía Michelin quiere ser The World's 50 Best Restaurants

Desnudos y exhibicionistas: unas palabras sobre el 'food porn'