Suculent/Taverna del Suculent // Barcelona











[La Taverna está cerrada y Suculent, trasladado]



Suculent/La Taverna del Suculent
Rambla del Raval, 43. Barcelona.
T: 93.443.65.79.
Precio medio (sin vino) taberna: 12 €.
Precio medio (sin vino) Suculent: 35 €.





En la taberna, en casa






En La Taverna del Suculent palmean la cocina rumbera, expresión del chef Xavi Codina para referirse a su restaurante, La Panxa del Bisbe.

En la Taverna se rumbea cada jueves de verdad, cuando se canta y se baila y el ventilador no está en el techo, sino en las manos de los guitarristas. “Vienen gitanos catalanes a rumbear. En este sitio tan pequeño metemos a 40”.

Carles Abellan, el rumbero mayor, aficionado a las camisas festivas, viaja al sur con esta barra y esos pocos taburetes cuya cocina dirige, al igual que en Suculent, Toni Romero. Las cocinas delegadas solo funcionan bien si el Chef Residente es un crack, caso de Toni, Tonet. Asociado con ambos, Javier Cotorruelo.

Lo ideal es comenzar con unas tapas en la Taverna y comer solideces en Suculent porque entre ambos espacios fluye la misma energía y esa cocina de anticuario que respira con los aparatos de la modernidad. Una y otro se necesitan.

Este 2014 ha sido Año de Tabernas. Barcelona parece que haya descubierto los mármoles y el círculo húmedo del vaso de cerveza. Aquí la tiran muy bien, Estrella sin pasteurizar, con los depósitos sobre las cabezas de los clientes.

“Ese guiño al sur” de Carles se concentra en la tortilla de camarones con algas (buena aunque tosca, lejos del tapete de BistrEau), el cazón adobado con su puntito de vinagre, el brazo de gitano de patata y el guiso de crestas de gallo para alzar con orgullo.

Paso al Suculent y Toni desenrolla el talento con platos de rustilux, rústicos y lujosos, el espíritu del local.

Confluyen en Suculent varios caminos, los del vecindario y los de tierras remotas. El asombro final es para la liebre a la royale, oscura como un pecado.

“¿Casa de comidas?”, me cachondeo de Carles para celebrar que ese clásico francés se cuele a saltos. Muy buena, como el cebiche de gambita roja, el all i pebre de anguila (Tonet es de Castelló con nombre de drama de Blasco Ibáñez) en plato llano para realzar la carne, la muy fea y muy sabrosa combinación de calamarcitos con fuagrás, funambulismo que encuentra el equilibrio en el picante y el cítrico. “Es atrevido”, califica Carles, y suicida si no funcionasen los sabores.

Bebo la Finca Argatans 2013, que el arquitecto Alfredo Arribas envasa para la casa y es sangre para el plato prehistórico: tartar tibio, tuétano caliente y huevas de tobiko. Y patatas suflé: lo brutal es montar lo tibio-caliente sobre el lomo amarillo y crujiente.

El arroz con leche… de coco es sacudir la tradición. En común a todos los platos, el chute de gusto. Contundencia y fondo.  

Coincido en el restaurante con la madre de Carles, escultora, 81 años, mujer vital que acaba de comer con otros familiares. Con ánimo envidiable, irá al taller, moverá piezas. Pienso que si tomo otra ración de tartar con tuétano también viviré muchos años.

Casa, taberna, esas palabras que huelen bien, a memoria y a madre y a familia.







Atención: al tuneado de mesas y sillas, reciclaje con gusto.
Recomendable para: los nostálgicos de la retrococina.
Que huyan: los que se agobian en Ravalistán.























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