Amargura










Arriba, el quiosco de Mustafa's en Berlín y el 'bocadillo' de medio kilo. Sobre estas líneas, el dürüm a 4 euros de cualquier centro comercial de los alrededores de Barcelona. Tan bueno, o tan malo, como el berlinés.







GIMCANA. El 11-S convirtió los viajes en avión en una gimcana. Los pasajeros pasaron a ser tratados como objetos. Humillarlos no formaba parte del protocolo pero fue la consecuencia. Una de las medidas antiterroristas tomadas entonces –la cabina de mando se cierra desde dentro– ha sido determinantes en ese acto de terrorismo emocional a bordo del Airbus A320. Probablemente se equivocaron los legisladores al considerar sospechosos a los pasajeros y dejar sin apretar el yugo de la tripulación. Nada puede hacer un viajero si el mal lleva uniforme e insignia con alas.



PERIODISMO. El periodismo siempre fracasa en la gestión del dolor. Muchos ciudadanos son hipócritas: demandan celeridad en las explicaciones y castigan al encargado de conseguirlas. Piden circo e insultan al jefe de pista. El periodismo hace muchas cosas mal: tantas como la sociedad a la que sirve.



CURRY. The New York Times publica un artículo sobre el origen del balti, los currys servidos en cazuelitas que tienen en la ciudad inglesa de Birmingham sus mejores templos. La publicación plantea si esa variedad de guisos podrían ser considerada una especialidad británica o la adaptación de un plato paquistaní. Probablemente ambas cosas, de la misma manera que  la plancha nació lejos de Japón pero encontró en Tokio su reencarnación como teppanyaki. Lo desconcertante de esas historias colectivas es que destaque una individualidad. Son miles los emigrantes que fueron de Paquistán al Reino Unido y que cargaban en la maleta nostalgias con forma de pucheros. Pero solo a uno se le atribuye el balti: a Mohamed Arif que a finales de los años 70 trasladó un pedazo de su memoria y la adaptó a la nueva realidad en el restaurante Adil’s. Antes de escribir estas líneas he comido pseudo balti en un indio cercano a la redacción, un plato combinado con botecitos llenos de estofados bien especiados, samosa, arroz largo y ese pan extraordinario hecho en el horno tandoor y que llaman naan. Piensas que te has entregado a la tradición del subcontinente y, en realidad, estás tomando un platillo típico de Birmingham.



RUTINA. Lo que para un piloto es rutina para nosotros es excepción. Alzar un avión con cientos de personas nunca tendría que ser un automatismo. Los que guardan en sus manos las vidas de otros deberían ser sometidos a un estricto y permanente control, y retribuidos en consecuencia. No es posible que un conductor de bus sea un mileurista y que tenga una discreta consideración social.



AMARGURA. Similar al caso del balti es el del döner kebab, viaje de un plato turco a los hielos de Berlín. La paternidad de la vianda ambulante recae sobre dos hombres, Kadir Nurman y Mehmet Aygün. El segundo creó los restaurantes Hasir. Comí en uno, el del barrio de Mitte, y pese al intento de dar al bocadillo argumentos de cuchillo y tenedor, tuve la sensación de que ejecutaban la carne bajo la dictadura de los restaurantes en cadena. Probé también los dürüm de Mustafa’s, quiosco con la fama de preparar los mejores döners de Europa. Fue una decepción llena de grasa y una cebolla que dejó en la boca rastros de amargura.










Pseudo balti en un restaurante indio de Barcelona. 








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