Caviar de gorgojos
céntimo. La pregunta del millón de dólares no vale diez céntimos.
legumbres.
Hace unos
años regresó un comercio habitual en nuestra infancia: la venta a granel de
legumbres y especias. En las grandes ciudades permanecía de forma residual, o
de resistencia, algún almacén atarugado con sacos que olían bien. Entrar en uno
de esos lugares era colocarse sin querer con los polvos de colores, cuya
microscópica esencia flotaba en el aire. La crisis trajo un rebrote de la venta
libre de envases de plástico o de cristal con un añadido ético: comprar a
voluntad, sin peso determinado, era también una decisión política, un acto de
soberanía alimentaria.
costal. Algunas veces entro en esos bazares con
los costales a reventar de granos secos. Curioseo entre cúrcumas y jengibres y
pimientas intentando no estornudar. La última vez compré, entre otras cosas,
lentejas caviar, unas perlitas negras que tienen más de lo primero que de lo
segundo. Lo del caviar es una trampa semántica para estimular el deseo.
hermano. Mi vecino de mesa había bebido en
exceso. Hacía al menos 20 años que lo conocía. Con sentimiento, me dijo: “Tú
eres mi hermano, aunque no sientas lo mismo por mí”. En ese momento supe que la
relación nunca sería igual. Su exigencia la había estropeado.
gorgojo. Guardé la bolsita de papel en un
armario y la olvidé. Al cabo de tres o cuatros meses la moví y vi debajo unos
puntitos negros. Se había roto y el producto había caído. De repente, las
lentejas se desplazaron. Una incluso alzó el vuelo. Nunca había visto andar a
una gramínea y, aún menos, planear. Observé y era caviar de insectos. Pensé en
gorgojos y acudí a internet en busca de instrucción.
chiringuito.
En julio
del año pasado recalé por casualidad en una playita privada de Ventimiglia, en
la frontera de Italia con Francia. La administraba un chiringuito de lujo, La
Spiaggetta di Balzi Rossi, uno de esos sitios en el que las mujeres calzan
tacones cuando lo recomendable son las chancletas. Comí sin interés unas gambas
de San Remo, melón con jamón y unos ñoquis mediocres. Compartía mesa con
periodistas de otras latitudes: el finlandés devoró los crustáceos a la
desesperada, como si alguien se los quisiera quitar. Veo en fotos recientes a
inmigrantes que ocupan peñascos próximos a ese rincón exclusivo vigilados por
la policía. Compartiendo el mismo espacio y el mismo mar y las mismas rocas,
aunque con distinta intención, el mundo de unos y de los otros se encuentra a
años luz de distancia.
leguminosa.
El cerebro general, o sea, internet,
dio la información: los gorgojos anidaban en el interior de las lentejas. Los
bichos ponían los huevos en la flor y después se convertían en el corazón de la
leguminosa. Las comían desde dentro. La bolsa se movía nerviosa, con una
colectividad pugnando por salir. La palabra caviar
se había convertido en sinónimo de asco y miseria.
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