Restaurante Aiueno // Barcelona























Aiueno
Rosselló, 296. Barcelona.
T: 93.328.37.11.
Menús: entre 11,80 y 19,80 (mediodía) y 24 y 30€ (noche)



Exquisitos de mediodía





Encontramos el nuevo restaurante de Kenji Ueno al salir del viejo, Can Kenji: están uno delante del otro, en las dos orillas de la calle de Rosselló.

Fue la mujer del cocinero de Kyoto, Neus Busquets, la que ofreció las primeras explicaciones: la madera clara de Aiueno daba buenas vibraciones. Barra y dos mesas, una de cuatro y otra comunal. Un pequeño comedor para exquisitos de mediodía.

Periódicamente como en Can Kenji y el menú, siempre de calidad, da signos de agotamiento: el onigiri de queso de cabra y setas, el tofu de guisantes y la caballa en salsa de miso. Los he disfrutado un montón de veces. No estaría mal aprovechar la apertura de Aiueno para renovar los platillos de enfrente.

Un par de semanas después, en Aiueno, pregunté a Kenji las diferencias. No me quedaron claras las explicaciones, aunque vi más atrevimiento y algo más de cocina en el nuevo. Él me dijo: “No son muy distintos. Quería completar la carta. Platos femeninos, un poco más sofisticados”.
Me interesó la palabra femenino en un contexto de restauración pronunciada por un hombre.
De existir una cocina femenina (¿existe?) la japonesa estaría en cabeza: saludable, ligera, hermosa, para apetito sin remordimiento.

¿Hay preparaciones con exceso de testosterona? Sé que la caza, y su sangre y sus vísceras, y el olor a miedo, atrae poco a las mujeres con las que comparto mesa.

Ambas propiedades de Kenji  son la versión local de las izakayas, las tabernas que en Tokio adoptan distintas formas, desde locales de grandes dimensiones a covachas.

Los restaurantes japoneses de Barcelona se apartan de los precios de la zona media. O son muy caros o son vergonzosamente baratos. ¿Cómo fiarse de menús de pescado crudo a 10 euros?
En ese contexto de extremos, Aiueno, Futami e Hisako, la casa de Ernest Dai-Fibla Takahashi, son garantías de platos elaborados, de cocina pensada y no de cocina descongelada.

La apertura de Aiueno ha sido atropellada: a la escritura de estas líneas aún no disponían de gas, lo que afectaba a la producción de sopas. El escaso espacio de almacén les condiciona las marcas de cerveza. En esta izakaya bebí una Pilsner, marca checa.

El paté de caballa fue un diminuto goce, ampliado por las albóndigas de tofu con un sensacional shiitake rebozado y alga hijiki. Fue el plato de la comida, merecedor de halagos.

El buen tataki de atún en escabeche con pomelo concentró las necesarias acideces y el filete de ternera con pasas, soja y oporto despareció tras una salsa demasiado potente. Correcto surtido de makis y sashimis, aunque, como sucede en Can Kenji, no es lo mejor de la casa.
Postre rematador y rico, nada ligero: pastel de queso con miso. Con el café, el desembolso no laceró la cartera: 23 euros.

El parque de restaurantes japos de la metrópoli crece.
Frente a la hipertrofia de algunos comedores con precios para turistas con petrodólares, la naturalidad de este pequeño lugar para vecinos.







Atención: al lavabo; ahí dan ganas de dejarse ir.
Recomendable para: los amantes del japo con salsa.
Que huyan: los de huevo y chistorra.  





















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