Bodega Montferry // Barcelona
[Este restaurante se ha trasladado al pasaje Serra i Arola, 13]
Bodega Montferry
Violant d’Hongria, 105. Barcelona.
T: 93.162.96.36.
Precio medio (sin vino): 10 €.
Imperio de la bota
En enero del 2013
escribí una crónica sobre Cal Marino y la bodega como red social. Citaba en ese
artículo el blog En Ocasiones Veo Bares, tapadera tras la que trajina el
abogado Alberto García Moyano.
Desde entonces, el letrado ha pasado de la
teoría a la práctica: rescata bodegas amenazadas. Es otra forma de arqueología
urbana. Unos se dedican a los mosaicos romanos y, otros, a las ánforas.
Tenía
curiosidad por saber quién era hombre con capa jurídica por las mañanas y camisa
desabrochada por las noches.
Me envió un correo largo como una sentencia y
quedamos en la Montferry, una de las dos tabernas de su protectorado. La segunda
es Carol, asociado con otro activista, Shawn Stocker, de Moviment de Defensa de
les Bodegues de Barri.
Llegó el jurista
Moyano con corbata y, al minuto, con el vermut, se transformó en el tabernero
Alberto.
Buen vermut, de lo mejorcito que he probado, aunque tendrían que
pinchar la aceituna en un palillo largo para no tener que salvarla con los
dedos de una muerte por ahogo.
La Montferry, abierta
en 1965, se la quedó Marc Miñarro, un geólogo que cambió rocas por cazuelas.
Alberto supo del traspaso y lo ayudó con las tribulaciones jurídico-financieras.
Hoy sigue como vocero de los platillos de la casa. Y como ideólogo de los antiguos
abrevaderos reflotados con sangre nueva.
La filosofía es limpiar sin cambiar. Conservar
la memoria en barriles.
“Intentamos mantener al público de toda la vida y
abrirlo a las nuevas generaciones”, apuntala Marc. Entra uno de esos clientes
con poso y, al rato, otro con rastas, tatuajes y pantalones surferos.
Pudiendo elegir vinos
con etiqueta, me apunto al granel. Primero priorat y, después, daurat de Gandesa.
En el trasfondo de
este sitio hay una amistad antigua y un pueblo de Castelló, Coves de Vinromà,
donde unos veranearon y otros son originarios, como Marc y Ana, camarera de la
Montferry.
Buenas croquetas (de rostit y de queso con calabacín), patatas
de la variedad agria con chipotle y romero (una suerte de bravas), albóndigas correctas
(en el límite de sal) y un cap-i-pota
con nota alta, según la receta de la suegra, Rosita.
La pareja del cocinero,
Raquel, prepara tortillas. Y son terapéuticos los bocadillos, uno distinto cada
día.
En su testamento, Alberto escribió: “Se han convertido en la estrella,
aunque de ninguna manera iban a ser elemento principal”.
La oferta es corta.
Mejor pocas cosas pero bien hechas que una inabarcable desmesura. Marc es nuevo
en el oficio y conoce sus límites.
En la bodega Carol,
Alberto sí es copropietario: “Hemos querido hacer un bar con una orientación
más cañí con clásicos poco conocidos por aquí. Cecina (de vaca y de toro),
chicharrón de Cádiz…”.
¿Crecerá el imperio de la bota?
“Ofertas tenemos, pero hay
que consolidar primero”.
Aviso a los emprendedores: reciclar lugares con alma
es más económico y coherente que contratar a un decorador para que disfrace lo
nuevo de viejo.
En un cartel escriben:
“Aquí solo se aceptan tarjetas black”.
Humor black.
Atención: a las
salsas, en botellines de cerveza recuperados.
Recomendable para: los quieran tomar un
vermut-vermut.
Que huyan: los de mesa-mantel-reverencia.
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