El restaurante de la semana: Granja Mabel




La costilla de un dinosaurio.

El pad thai de un miércoles cualquiera.



De una vez por todas debería existir la Nueva Cocina de Barrio, la NuCoBa, casas de comidas que se escamotean de la merluza (congelada) rebozada (mal) en busca de una complicidad basada en los iconos populares.

Disc jockeys con dos platos, ñigi-ñigi.
En uno, la tradición revisada; en el otro, la #kocinaurbana, el mestizaje, la hibridación, el descaro, la ejecución audaz de platos viajeros aunque nunca se haya viajado.
Y con los 15 euros como precio máximo.

Ningún barrio sin NuCoBa. En catalàn, Nova Cuina de Barri, NoCuBa, que parece una proclama anticastrista.

La Granja Mabel, con Jordi Rufino a la cabeza, es modelo de restauración, resurrección y reinvención.

Tienen un MMB, uno de los Mejores Menús de Barcelona.

Larga vida a la NuCoBa/NoCuBa  y que mueran, por sobredosis de fritos e infarto, las carnes mal rebozadas.

¡Barrio Power!



Costillar de dinosaurio



Cuando Aritz Rufino depositó ante mí el costillar, pensé que era parte de un dinosaurio.

Aunque la cercanía del parque zoológico podría hacerme sospechar que el corte pertenecía a un gran mamífero, a las elefantas Yoyo o Susi.

Me apabulló el tamaño vikingo, la carne bruñida, la generosidad de la ración. ¿De qué manera comerlo?

Como Nuevo Primitivo me apetecía agarrar las costillas de cerdo con los dedos, chupar las yemas con lujuria y abnegación, deleitándome en lo graso.

Lo práctico fue un mixto, desgarrar con el cuchillo y aproximar con las falanges, arriesgándome a las miradas reprobatorias de los otros clientes, que habían preferido un segundo menos comprometido como el bacalao al estilo de Santurce.

Disfrutaba de la Granja Mabel, comprendiendo por qué unas 120 personas pasaban cada mediodía por sus mesas, entregándose al menú de 9,90 euros que pensaba, cocinaba y servía Jordi Rufino, el hermano mayor.

Era uno de los Mejores Menús de Barcelona, un MMB, el más barato, entre los que destacaban los de Nass, El Pràctic, Allium, Famen, Topik, Blavis, La Pubilla, La Forquilla o Toc.

Había escuchado hablar de este sitio a hipsters, gafapastas con barba de predicador, enteradillos de trenka y zapatillas New Balance, conocedores del secreto, ¡a voces!, gracias a la proximidad de Razzmatazz

Que ningún antiguo deserte de la lectura porque los clientes del restaurante –lo de granja es mecha corta– eran más variados que el menú, que Jordi cambiaba a diario con un esfuerzo de esclavo feliz.

“Por la tarde pienso qué daré al día siguiente. Con una cocinera comenzamos a las seis de la mañana y luego, durante el pase, estoy dentro y fuera”.

Para la merienda, bocadillos y otros entretenimientos.

A las 21.30 echaban el cierre tras la jornada laboral del siglo XIX. El archivo de platos era inmenso: “Veinticinco ensaladas distintas, diez sopas…”.

La primera cocinera fue Maribel, Mabel, la madre de los Rufino, cuyo talento Jordi enfatiza, así como su puchero de hinojo y pollo.

El hijo comenzó con los padres, trabajó cuatro años en el Agua y regresó a la calle de Marina–se advierte la querencia acuática– para hacerse cargo del establecimiento familiar.

Su experiencia gastronómica se reducía a este concentrado.

Militante de la corriente #kocinaurbana, mezclaba recetarios y continentes.

“Me inspiro en las visitas a otros restaurantes”. En una estantería, un libro del chef Nobu, japo paseado por Perú, alimentaba las ideas.

El miércoles en el que comí pude haber elegido entre espinacas a la catalana, sopa, ensalada con yogur o pad thai.

Los lectores competentes adivinarán que torcí hacia lo tailandés. No eran los preceptivos fideos de arroz, sino de trigo, con semillas de amapola, cacahuete garrapiñado y shiitakes. Bueno de verdad, a la altura de un thai competente.

Una copa de Borsao, mítico vino de súper, fue el aliado líquido. Seguí con el costillar adobado y al horno, que de haber sido un poco más tierno hubiera rozado la excelencia.

De postre, yogur griego con coulis de fresa.

El café, quemado, puso un punto y final inquietante.

Granja Mabel es uno de esos bares amistosos en los que te llaman “rey” aunque no te conozcan, haciendo sentir de maravilla, como un cazador de dinosaurios o elefantes.




Atención: a los murales psicodélicos dela artista Coral Hernández.

Recomendable para: que buscan una alternativa vistosa al menú vulgar.

Que huyan:
los que se aturullan en lugares abarrotados y populares.



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