Restaurante Alvart // Barcelona
[Este restaurante ha cerrado]
Alvart
Aribau, 141. Barcelona.
T: 93.430.57.58.
Precio medio (sin vino): 40-50 €.
Menú de mediodía: 19.80 €.
La liebre y los
cazadores
Àlvar Ayuso Thorell tiene
26 años y un restaurante (con la ayuda de inversores). Comienzo la crónica con
estas informaciones para que se comprenda las responsabilidades a la que se
enfrenta.
Pagar deudas, nóminas y proveedores, y que a los clientes les importe
un bledo las trabas porque lo que quieren es comer de fábula. Aquí llega la
parte con hueso y astillas: Àlvar es un cocinero desdoblado en empresario.
¿Qué quiero explicar
con el preámbulo? Que Àlvar y su restaurante, Alvart, han sido uno de las
imanes del otoño-invierno en Barcelona y que es enero y que el 2016 puede ser
de plomo.
Ha recibido visitas importantes y estímulos y paternalismos y órdenes
y contraórdenes.
Muchos quieren ser los padrinos sin aportar mosca. Entre mansos
y fierabrases han transcurridos los primeros días de Alvart.
Comí bien y vi a alguien
firme y con las ideas claras y a esa seguridad se tiene que ceñir. Con tan poco
bagaje es difícil decir qué cocinero será y a dónde llegará: al minuto cinco le
piden destellos de consagrado.
Dejemos a Àlvar crecer
y evolucionar y, por el momento, sintámonos satisfechos de la cocina inesperadamente
académica, que incluye platos con historia como la liebre à la royale.
Que Àlvar sabe lo que quiere lo demuestra el platazo,
demasiado aplastante para mi gusto por la salsa reducida (¿acaso existe la
liebre ligera?), pero que mantiene el valor y el vigor de lo clásico.
Liebre,
papada y fuagrás, y a compensar el liebring
con el running.
Aprendió Àlvar de los
hermanos Torres, aunque su caza y la de Javier Torres, heredada de Philippe
Rochat, son distintas.
Pocas mesas, comedor
pequeño (fue Le Petit Bergerac). El sumiller Alberto León, al que conocí con
Sergi de Meià, abre fuego o botella con Sasserra 2013, vino seco hecho con
malvasía de Sitges.
La buena brandada (poca patata, mucha chicha) con ceps está
cubierta con una lámina de obulato, que ha quedado humedecida.
La terrina de
fuagrás y ternera (molleja y carrilleras) es de una civilizada rusticidad. De
la vieira me interesa el guiso de sepionetes
y salsifís (que sería bestial con unas monedas de tuétano).
El ravioli de peu de porc es de una sensualidad rubensiana.
Las tres gracias del chef: fondo, técnica, sentido común.
El sumiller ha ido salseándome: Castro de Valtuille 2014 y
Les Forques 2011.
En el postre, yogur
con frutos rojos y gel de moras, en homenaje a la abuela sueca y a los veranos
en el norte entre zarzas.
Criado en Roses, más inquieto que el asiento de un
autobús, con 19 años se largó a Holanda para un aprendizaje sin red.
De regreso
se matriculó en la escuela Bellart –y qué casualidad: está en la misma calle– y
pasó por Saüc y Gaig, donde fue pastelero.
Àlvar sale a la sala, conversa con los
clientes, genera confianza. Es bueno que dé la cara. Él es la liebre, hay
cazadores al acecho. Solo decirle que no vaya deprisa.
Atención a: la alta
cocina pequeña.
Recomendable para: los que quieran conocer un
chef prometedor.
Que huyan: los de paladares de algodón.
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