Capturar una mosca // Un placer exprés







El gusto de atrapar un insecto en el aire





Estás tumbado en verano soñando la inmovilidad.

Para soportar el calor hay que interiorizar la actitud de la estatua. Cuerpo pegajoso y goteante: esa es la realidad por más que quieras confundirte con el mármol, o con el acero, que es más frío.

En casa, en la penumbra que sirve de telón y crisálida, vuelan las moscas (elefantes) y los mosquitos (tigre).

Escuchas el zumbar como si un helicóptero se aproximara a las orejas. 

Es molesto, pero, de momento, solo invaden el espacio auditivo.

Uno de los dípteros planea sobre la piel. Tienes los ojos cerrados, aunque notas el contacto. Las patitas son una caricia no deseada. Llegan otros. Los insectos se alternan en sus despegues y aterrizajes. La actividad, acompañada de sonido, es continua. Descansar es imposible durante esas operaciones de portaviones.

Al final te incorporas y comienzas la cacería.

Quieto, con la respiración sosegada, esperas que una mosca se pose en el muslo.

Mueves la mano con rapidez y crees que la has atrapado en el momento de alzar el vuelo. No es así. Jamás es así.
Lo intentarás muchas veces.
Se anticipa al movimiento.

Y alguna vez sucede: la mano es veloz y la mosca queda encerrada en el puño.

Después decidirás si la aplastas o la liberas. Pero en este instante te sientes orgulloso de la habilidad y la precisión.

De tu superioridad.




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