Croqueta en lucha



El croquetón del bistronómic Capet.





Tertulianos: si queréis un asunto que saque al púgil que lleváis dentro, y no a ese torpe esgrimista que asoma, debatid sobre la croqueta. Nunca os pondréis de acuerdo. Es posible que las utilicéis como munición.

Sucede lo mismo con los gastrónomos, esos especialistas en papada, propia y ajena.
Cada uno cree tener la razón de la croqueta.

Bechamel clara. Bechamel espesa. Bechamel escasa. Doble capa. Triple capa (erizada con panko, el pan japonés). Exterior claro y blandurrio. Exterior oscuro y crujiente.

En estas alternancias no me refiero a las chapuzas, sino a las trabajadas con intención. Así que todas las posibilidades expresadas son válidas y jaleadas por sus fans.

Las que me han disparado esta semana representan extremos: el croquetón del bistronómic Capet –estilo medio pollo dentro– y la mítica de Echaurren, que ha evolucionado sutilmente con añadido de más leche. Disfruté con ambas: resulta difícil decir si soy del sector heavy lounge.

Barcelona es Croquelona. Nunca en su historia se amasaron tantas.

Si las colocaran una tras otra, la Via Catalana sería rebautizada como Via de la Croqueta de Rostit.





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