París en flases (1)
Tres días en París. Dos de sol: un privilegio que expulsa a los ciudadanos a las calles. La excusa académica: el congreso de Omnivore, zarandeadores de la anquilosada y vanidosa gastronomía gala, capitaneado por Luc Dubanchet. Luc no sabe bailar –y hay pruebas, incluso fotográficas, que lo demuestran– pero ha construido un potente andamio ideológico para una cocina en obras.
Algunos flases de varias comidas en grandes y mediocres restaurantes, todas ellas de cocineros con firma. Aunque algunos chefs ya solo ponen su nombre en cheques.
Eneko Atxa, Quique Dacosta, Josean Alija y Jordi Roca dieron algunas lecciones. Estaría bien que les hiciesen caso.
Pescadilla sosa con tripa mantecosa. Excelente charcuteria y grandiosa butifarra negra.
El aristochef Yannick Alléno, perfil tostado, camisa blanca también de gran perfil, ha abierto un bistrot molón con comida de bistrot regular.
Terroir Parisien. Terror de París.
La famosa pularda de Antoine Westermann en el novedosísimo Le Coq Rico, junto a Montmartre. Luna roja y escalinatas afiladas y rotas. Restos del botellón dominical.
Como Don Pollo pero en pijo.
Como Don Pollo pero en pijo.
La pularda, ni melosa ni seca, en un poco razonable punto intermedio, y alegrada con trufa. Cuando ya no queda nada, la trufa es un consuelo.
Después de 30 años, aún no sale bien. En cambio, el ravioli (de ave con fuagrás) con caldo (de pollo) era fino. Dicen que es un lugar de pollo.
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