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Mostrando entradas de junio, 2020

Meterse un pájaro en la boca (y 2)

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La cautelosa cita para comer ortolans prometía jugos. Era lunes, de modo que el restaurante se encontraba cerrado, aunque algunos miembros de la brigada se dedicaban a trabajos preparatorios para la jornada siguiente. El haber sido convocados en el reservado de un establecimiento sin clientes acentuaba lo extraordinario de la situación. Un encierro dentro de un encierro para devorar a un cautivo. Y dentro del reservado, la servilleta en la cabeza, como una habitación dentro de una habitación. Aquello era una acumulación de secretos. Una mesa redonda y cuatro adultos a suficiente distancia los unos de los otros para mantener la discreción y facilitar el exterminio de una forma velada. El silencio de la sala y el nerviosismo de la mesa alejaban la experiencia del lugar común. Incapaz de recordar qué bebimos, sí sé con qué empezamos a llenarnos el buche: un puré de patatas cubierto con trufa negra, una combinación infalible con dos productos arrancados del subsuelo, aunq

Mi Mediterráneo

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                                                                                                                                                                                     Señor Nariz Mi Mediterráneo es el arenal frente al aeródromo de Castelló al que íbamos en los años del alquitrán. Al llegar, dejábamos el Seat 850 bajo alguno de los árboles de la carretera en busca de una sombra piadosa que nunca era suficiente. Entonces, la arena aún estaba fría gracias a la noche protectora, pero al marcharnos el Sol le había traspasado su poder y aunque parecía inofensiva a la vista, ocultaba la amenaza de los rescoldos. A saltitos, porque nos negábamos a calzarnos, llegábamos hasta la carretera con la satisfacción de los faquires. Observábamos entonces las plantas de los pies y allí estaba el alquitrán como huella imborrable y denuncia medioambiental. Los petroleros baldeaban en alta mar los deshechos de la civilización, que naufragaban en la playa con forma de pegote.

Meterse un pájaro en la boca (1)

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El anfitrión señaló el primer requisito del ritual: había que cubrirse la cabeza con una servilleta. Podía parecer un gag de los Monty Python, pero se trataba de una costumbre tan antigua como indescifrable. ¿Era necesario taparse para ocultar a los compañeros de mesa las maquinaciones bajo la tela o era para reforzar el hecho de que la actividad que se desarrollaba allí era ilegal y disimular, aunque de forma simbólica, el delito? Porque lo que estaba a punto de ocurrir al otro lado del lino era una actividad prohibida. No el acto en sí, sino la captura, engorde y comercialización de aquel ser que había reunido a cuatro hombres adultos en el reservado de un restaurante de alcurnia. La actividad había sido improvisada durante un encuentro matutino del grupo: tres cocineros y el plumífero que firma esta confesión. No se revelará aquí el nombre los protagonistas porque fue un asunto privado y cada cual es libre de decidir el contarlo o no. Ni el país ni la ciudad ni e

Los tatuajes profundos de Pau Donés

Fue el propio Pau Donés el que propuso desnudarse, y en más de un sentido, para la sesión de fotos con la revista 'Dominical' , que hizo Ferran Sendra a finales del 2015 y en las que intervino la periodista Núria Martorell como imprescindible negociadora. Las crudas –y a la vez hermosas– imágenes en blanco y negro parecen dibujadas con la violencia del grafito. Pau mostró un cuerpo repleto de tatuajes y con las recientes cicatrices del paso por el quirófano. Eran alteraciones en la piel: unas voluntarias; las otras forzosas. Todas contaban, de algún modo, su vida. Las heridas del bisturí aparecían como los tatuajes más simples y los más complejos. Los profundos. La severidad de las fotografías contrastaba con el estado de ánimo del músico. Lo entrevisté pensando que se iba a morir y él mostró una vitalidad desafiante. El pronóstico era malo. Su cáncer, raro. Ya en la última pregunta tuvo una respuesta profética, aunque entonces prometía esperanza. ¿Cuánto podía vivir?, se in

Iniciarse en comer roedores

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Nunca he probado el perro –hacerlo es un tabú que no alcanza a otros animales de compañía– y tal vez en algún restaurante me hayan dado gato por conejo: se rumoreaba con maledicencia de esa metamorfosis en un sitio especializado en brasas al que iba cuando comencé a ganarme la vida. Era mentira, claro, una infamia de la competencia disgustada por los cientos de clientes que ocupaban aquella masía. Preparaban unas costillitas de conejo al ajillo tres décadas antes de que ese manjar de huesos pudiera ser encontrado en una bandeja de súper. Que vendan las alitas separadas de los pollos es un triunfo del capricho, ampliamente superado por las diminutas costillas de conejo despachadas en cantidades masivas. No creo que exista un corte cárnico más pequeño y con menos chicha. Es un manjar que necesita de paciencia y dedos. Escribo sobre la especie invasora para recordar el terror de un amigo norteamericano cuando, en ese mismo lugar que cito, nos vio atacar un conejo debidame