'Macaron' a la catalana
Foto: Laurent Fau Hace más de una década, cuando el macaron era un producto (casi) exclusivamente francés, las colas ante la pastelería de la calle Bonaparte eran inauditas. ¿Quién estaba dispuesto a pasar más de media hora a la intemperie, bendecido por la lluvia de París o apedreado por la climatología adversa? Mucha gente adicta a la belleza, y al azúcar. Cuando entrabas en Chez Hermé, el éxtasis, y la intimidación. Los clientes no remoloneaban, sino que pedían con firmeza. Eso hacían los clientes habituales, aunque el placer del extraño era observar vitrinas y curiosear estantes. Puede que la pastelería enjoyada naciera allí. Pastelitos expuestos como alhajas. Los macarons replicaban los colores de las esmeraldas o de los rubís. Otra de las cosas que llamaba la atención eran los carteles que invitaban a degustar un dulce con nombre de las mil y una noches: Ispahan (la tercera ciudad más grande de Irán). Rosa, frambuesa, lichi. Después todo ha ido a