Tomates y mosquitos
Una de las ventajas de vivir en Sabadell es tener una terraza con masa vegetal y tomateras que difícilmente podríamos pagar en Barcelona. Ese espacio, el corazón de la vivienda, es el que nos mantuvo cuerdos durante el confinamiento: caminamos arriba y abajo con la monotonía y la obstinación del hámster en la jaula. Vivimos en un barrio en el que alimentamos a los mosquitos tigre. No todos los miembros de la familia, claro: algunos somos más atractivos que otros. Con los años, los picajosos hemos desarrollado una cierta inmunidad. Después de la sesión de faquirismo a la que los insectos nos someten sorpresivamente ya no salen unas ronchas del tamaño de Madagascar. Aunque dotados de trompetilla, se mueven con el sigilo de los comandos y solo nos damos cuenta del ataque cuando las piernas pican como si hubiéramos rozado ortigas. Un solo ejemplar puede dejar más bultitos que un topo en un jardín. El efecto es como las relaciones adolescentes: hay un hervor