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Mostrando entradas de abril, 2020

Una cometa de carne en la Patagonia

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Del viaje que menos he escrito es al que más lejos me ha llevado. Llegar al fin del mundo requirió de tiempo e incomodidades. Solo la distancia y las horas invertidas permitían acercarse al concepto difuso de 'finis terrae'. Fue el cuerpo molido después de 35 horas de viaje el que certificó el prestigio del destino. En avión, Barcelona-Madrid-Santiago-Punta Arenas y en un coche con protecciones a lo Mad Max hasta el Hotel Explora, en las Torres del Paine, en la Patagonia chilena. El día y medio invertido y los cambios horarios y la concatenación de aeropuertos y el coche oscilante e incómodo y el sueño pegajoso y los músculos doloridos y con conciencia de sí mismos demostraron que llegar a uno de los muchos 'finisterres' necesita paciencia. Cuando entré en el hotel, el comienzo del viaje era un recuerdo incierto en la nebulosa del cerebro. El nombre de la provincia lo resumía todo: Última Esperanza. Hace mucho de aquello, más de veinte años, y solo lo he

La peligrosa belleza del erizo

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El primero o la primera que comió un erizo demostró su desesperación. Una bola repleta de púas difícilmente podía hacer atractivo el contenido o, al contrario, la mente especulativa sospechó que tanta protección solo podía preservar algo valioso. En otras posibilidades con cerrojo como las ostras, el exterior era más amable, aunque las conchas reprodujeran las rugosidades geológicas. La ostra parecía cargar con el tiempo. Ambas debían ser a los ojos de los primeros humanos parte de la roca y solo la atenta observación determinaba que aquellas inmovilidades a la defensiva tenían vida. El caracol también forma parte de la despensa inverosímil. ¿A quién se le ocurrió que una babosa estaba buena? Y las angulas y las trufas, los ojos ciegos de la tierra. Los caracoles y las angulas, además, están faltos de sabor y necesitan aliños que compensen. Siendo ambos seres que solo ofrecen textura, unos tienen prestigio y otros, desprecio. Soy más comedor de caracoles que de ang

Cuentos víricos // El misterio de la galleta

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Tuvo muy poco tiempo libre en aquel viaje profesional a San Francisco, pero se saltó un par de tediosas conferencias para pasear por las calles. O cabecear o callejear, pensó, y se decidió por lo segundo. La hora de comer lo pilló en Chinatown. Caminaba y, de repente, una mujer salió despedida de algún lugar y le dijo con un grito y una sonrisa: “Es el mejor chino de la ciudad”. Ningún elemento externo indicaba que allí dieran de comer. Una fachada sin cartel y una puerta sin cristal. Entró y encontró un gran comedor desangelado como un piso de muestra. Mesas con protectores de plástico transparente y personas silenciosas y con prisa. Pidió cangrejo con pimienta negra y lenguas de pato, más que nada por salir de la rutina y poder contar a la familia alguna aventura y recrearse con la cara de asco del hermano. El cangrejo le dejó la lengua en llamas y las de pato, indiferente. Fue como masticar un chicle sin sabor. Al terminar, le acercaron con la cuenta una galle

No leerás a Proust

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Este texto habría sido otro de haberlo escrito hace un mes al comienzo del encierro. Solo había estado cautivo de niño, durante una hepatitis. Creo que fueron una veintena de días de cama, agujas hipodérmicas y tostadas con jamón de York. En el intermedio murieron dos Papas. En torno a la primera quincena de marzo, el espíritu para contar habría sido generoso y optimista, moderadamente feliz si conseguíamos estar a salvo de la enfermedad. Entonces, poseído por el carácter del redescubrimiento, hubiera explicado el placer de recorrer las estanterías de la biblioteca –¡cof, cof, cuánto polvo, por Dios!– en busca de obras maestras jamás leídas o de obras maestras ya olvidadas pasada la fiebre de la adolescencia. Me imaginaba sentado en el sillón de orejas que no tengo, con la pipa que no fumo y con el whisky que no debería beber. 'En busca del tiempo perdido', de Marcel Proust, habría sido la obra elegida por la idoneidad del título y por el tamaño inabordable cuando éramos

Patatas con sabor a vacío existencial

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Hay que felicitar al ojo de halcón que fue capaz de encontrar uno de los característicos botes de 500 gramos de las patatas fritas Bonilla en la película Parásitos , ganadora de la Palma de Oro y de los Oscar y del corazón de los consumidores de chips. La marca se llama, de forma completa, Bonilla a la Vista y sí, había que tener una pupila entrenada para dar con esa aparición: precisamente a la vista no estaba. La lata se encuentra situada bajo la mesa en el momento en el que la familia pobre se da un banquete a costa de los ricos. Es tan fugaz la irrupción como lo que dura ese producto gallego en nuestra casa. Insisto: que el patrón de los oftalmólogos conserve muchos años el cristalino del primero que alertó sobre el bonillazo. Ese flas en la penumbra ha proporcionado a la empresa de Arteixo una arrolladora publicidad. Por fortuna, alguien de la producción de Parásitos t iene buen gusto y eligió esa marca y no otra de las decenas que tientan desde las estanterías de los

Cuento víricos // Virúscopo

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Aries. Si con pocos días de confinamiento estás a punto de vaciar la despensa, aprende a racionar las provisiones. Reprímete si el antebrazo de tu pareja te parece apetitoso. El canibalismo no es una opción. De momento. Tauro. Aunque tu signo sea el toro, golpearse la testa contra la pared no ayuda a mitigar la desesperación. En caso de hacerlo, no llames al 061. Toma un paracetamol y envuélvete la cabeza con uno de los miles de rollos de papel de váter que has comprado. Géminis. El signo es de gemelos, pero al que hablas no es tu hermano, sino tu reflejo en el cristal del baño. Estás solo y puede que volviéndote tarumba. Se desaconseja ver la película 'Náufrago', de Tom Hanks. Ese balón con una carita no es tu colega. Cáncer. Aprovecha para estar con los tuyos, visita a amigos, retoma relaciones, estrecha lazos, comparte confidencias, abraza, besa, achucha, intima. Dedica a la familia ese tiempo que tantas veces le has robado. [Perdón: se coló un trozo de un horóscopo

Cerrado temporalmente

Escribo una crónica semanal de restaurantes en el diario desde hace 15 años (cumpleaños que caerá en septiembre) y cuando en los días de encierro he buscado información sobre algunos, me ha saludado una leyenda sobre fondo rojo: “Cerrado temporalmente”. La sensación de tiempo detenido es desarboladora. La primera palabra de la frase destruye. La segunda, consuela. Cerrado temporalmente: eso es lo que nos está pasando. Hemos dejado la vida en suspenso. Desde la invisibilidad, el coronavirus transformará y modelará la sociedad con la misma violencia que una excavadora levanta la tranquila horizontalidad de un campo. Lo que era llano quedará agujereado. El capitalismo, bajo la bota del bichito. Alguien dijo, con esa ironía retorcida de Twitter, que la tos planetaria ha hecho más por la caída del capitalismo que el comunismo. Soy escéptico en cuanto a las mejoras (soy escéptico con casi todo). Durante la crisis del 2008, decenas de sabios escribieron con la ingenuidad de los acom

Cuentos víricos // La plenitud del ser antisocial

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Aunque llevaba años alertando a quien quisiera escucharlo –sin que eso (lo de escucharlo) pasara a menudo–, la epidemia afianzaba el criterio de César. Y a diferencia de los que fingían modestia al hacer diana con un augurio, César proclamaba que sí, que había acertado de pleno y que había advertido de un apocalipsis en forma de enfermedad si la gente seguía manoseándose. El tiempo del coronavirus era el mejor tiempo posible. Por fin su ser antisocial encontraba la plenitud. César se relacionaba de una forma hosca. No soportaba que lo tocasen. Temía la enfermedad con el miedo supersticioso de los primeros humanos. Para él, esa gente que ofrecía abrazos gratis en la calle le parecía más peligrosa que una tarántula del tamaño de un dinosaurio. Ya de niño huía de los besos de la madre, que raramente conseguía rozarle las mejillas. El contacto con los hermanos era imposible y esquivaba los puñetazos fraternos como si dispusiera de un muelle en la cadera. A lo largo de la adolescenci

José Andrés: "Estamos ante una crisis de proporciones bíblicas"

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“Nunca he perdido tanto dinero y nunca he trabajado tanto”. Es lo primero que dice José Andrés al teléfono desde Washington. No es un lamento: sencillamente, un modo de comenzar la charla sin edulcorantes, con la crudeza que merece la situación. Durante la charla, el cocinero manifiesta su voluntad de volar a España de inmediato: “He pedido el permiso”. Su ONG, World Central Kitchen, actúa ya en Madrid, Valencia y Barcelona, en concreto, desde Terrassa, con el chef Carles Tejedor al frente. Otros colectivos como Health Warriors, Food for Good BCN, Gastrofira, Comer Contigo o Food 4 Heroes han prendido el fuego para auxiliar a necesitados. World Central Kitchen nació en el 2010 y el cometido es actuar en las emergencias, en huracanes, en terremotos. Una epidemia es otra cosa: “Va de menos a más, va aumentando. No hay nada destrozado, no es una guerra. Estamos ante una crisis humanitaria de proporciones bíblicas”. Más tarde, desde Terrassa y tras haber mandado 1.600 comidas a un

La cocina: madriguera, refugio

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Ha tenido que sonar la primera trompeta del apocalipsis para que la gente haya regresado a la cocina, el último espacio por reconquistar. Es el refugio. Es la madriguera. El único vínculo que muchos tenían con ese lugar –ahora, centro de operaciones– era el microondas, caja mágica en la que calentar la leche y las comidas preparadas. De la pantalla de la tele a la del microondas: el recorrido social de cada noche, probablemente de algunos mediodías. De nuevo, la llama ha sido prendida (acepta la metáfora si tienes inducción o vitrocerámica). El fuego ilumina las casas, nos vincula al pasado. El confinamiento da pocas opciones: o ‘cocinamiento’ o nada. Más tiempo libre a la fuerza –o el que queda entre teletrabajo y el trabajo físico y emocional de la casa y la familia– ha hecho que hombres y mujeres hayan recurrido a la memoria prestada para interpretar recetas. Y tal vez –solo tal vez– dediquen un pensamiento a valorar a los que proveen la despensa: al frente del colec