Una cometa de carne en la Patagonia
Del viaje que menos he escrito es al que más lejos me ha llevado. Llegar al fin del mundo requirió de tiempo e incomodidades. Solo la distancia y las horas invertidas permitían acercarse al concepto difuso de 'finis terrae'. Fue el cuerpo molido después de 35 horas de viaje el que certificó el prestigio del destino. En avión, Barcelona-Madrid-Santiago-Punta Arenas y en un coche con protecciones a lo Mad Max hasta el Hotel Explora, en las Torres del Paine, en la Patagonia chilena. El día y medio invertido y los cambios horarios y la concatenación de aeropuertos y el coche oscilante e incómodo y el sueño pegajoso y los músculos doloridos y con conciencia de sí mismos demostraron que llegar a uno de los muchos 'finisterres' necesita paciencia. Cuando entré en el hotel, el comienzo del viaje era un recuerdo incierto en la nebulosa del cerebro. El nombre de la provincia lo resumía todo: Última Esperanza. Hace mucho de aquello, más de veinte años, y solo lo he...