Instrucciones para ‘haters’
Cero . Soy un abogado del montón, un leguleyo de casos pequeños. Divorcios en los que se reparte calderilla, disputas entre vecinos que se odian con solera, asesorías a empresitas con los papeles tiesos. Mi vida es tan corriente –estancada más bien– como la del más corriente de mis clientes. Tengo un hijo al que casi nunca veo por culpa de las malas decisiones: yo mismo llevé mi divorcio. Juego en un equipo de fútbol nocturno con otros parias del colesterol. Por cada carrera –trote más bien–, habrá recompensa, al terminar, en el bar del polideportivo. Colegas, chistes, blasfemias, testosterona, quintos, gambas saladas y patatas bravas de consumo poco recomendable por sus salsas estomagantes. Mi vida privada es como una de las salsas: mejor no la toques o tendrás descomposición. Mi vida pública –pero a la vez secreta– es otra cosa. Soy un habitante de la charca con sapos y mosquitos anófeles de Twitter. Los blanditos me llaman hater o troll . Yo creo que soy un justiciero. Por e