La traición de Paula
Legañoso. Antes, cuando Paula fumaba, lo primero que hacía al levantarse era encender un pitillo. Legañosa, el cigarrillo aún le enturbiaba más la mirada. Desde que había dejado el hábito –“el repugnante vicio”, según su madre, ex fumadora y, por tanto, furiosa militante anti– , la actividad número uno –incluso antes de entrar en el lavabo– era tocarlo, saber cómo había pasado la noche. Bien alimentado, respondía al contacto. Después, con la vejiga a punto de reventar como un globo lleno de agua lanzado desde una azotea, Paula lo dejaba solo, aunque por poco rato. En el momento del desayuno, monótono e inevitable, café con leche y madalenas industriales, le prestaba gran atención. Durante el resto del día, muchas veces se ocuparía de él. ¿Cuántas? Le daba miedo contarlas. Hacerlo demostraría dependencia. Le pondría una cifra, concretaría el mal. Porcelana. Mientras se enjabonaba –recientemente había sustituido la bañera por un plato de ducha, apremiada po...