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Mostrando entradas de septiembre, 2016

Restaurante 99 Sushi Bar // Barcelona

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99 Sushi Bar Tenor Viñas, 4. Barcelona. Teléfono: 93 639 62 17. Estilo de cocina: japonesa. Precio medio (sin vino): 50-60 euros. El cuerpazo de la gamba La gamba es de considerable tamaño y ha sido adecuadamente tuneada. Ni Darwin habría adivinado ese nuevo estadio de la evolución: a la cabeza –cocinada– sigue el cuerpo transformado en ¡ nigiri ! Podría ser el inicio de una especie y un reto para los taxonomistas. "Gamba de Palamós", anuncia magnífico Víctor Serrano, responsable de este local de 99 Sushi Bar, referencia asiática de Madrid que prueba suerte en Japoncelona, donde mandan los emperadores de Koy Shunka y Dos Palillos. Es un bicharraco importante: es un nigiri importante. Situado en la parte alta de la ciudad –Turó Park– y con precios de acuerdo al PIB de la zona (menu degustación, 88 euros), con el argumento de que la materia prima y la elaboración son de primera. Y el servicio que comanda Víctor: cambia

Ser un hombre

Sexualidad. Hace tiempo, una amiga me dijo que teníamos que plantearnos qué significaba ser hombre hoy. Ella escribe mucho sobre la feminidad, nueva o vieja, y tenía la sensación de que los hombres no reflexionaban sobre su condición, sobre los cambios, sobre la pérdida de hegemonía, sobre la nueva sexualidad. Tiene toda la razón. Ser hombre hoy es habitar la confusión. El rol machista era cómodo en cuanto que convertía a los varones en reyes de la creación y su justo y progresivo desmantelamiento ha llevado a muchos individuos a una orfandad de género, incluso a los que no se consideraban dominadores pero que se comportaban de ese modo por contagio social –y por aprovechados. Bula. La igualdad es inapelable –como no podía ser de otra manera–, así que desconcierta la bula que se autorregalan ciertos tótems. Recuerdo un artículo de una célebre periodista –y que he buscado para no errar– en el que contaba la reacción fisiológica al escuchar música antigua: “Esa música, esos cor

El porrón // Gurmetizados

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Durante décadas, el porrón ha sido un ornamento de cristal que embalsaba un polvo de alta graduación. Relegado a algunas caricaturescas masías especializadas en 'alliolis' perforadores de tráqueas, sus compañeros eran el botijo, la azada, el azulejo decorado y el plato conmemorativo. Regresa el bicorne con empuje, reivindicado por Can Boneta, Dos Pebrots o el Porrón Molón. Como inesperado uso, el de decantador agropecuario. Dentro de poco veremos a los sumilleres escanciar un vino de 200 euros en un porrón y, extasiados, lo alzaremos para deleitarnos con el chorrito.

Restaurante Dos Pebrots // Barcelona

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Dos Pebrots Doctor Dou, 19 (Raval). Barcelona. Teléfono: 93 853 95 98. Estilo de cocina: mediterránea. Precio medio (sin vino): 35 euros. ¿Pezones de qué? Albert Raurich tiene 'dos pebrots': una mujer que pasaba por la calle de Doctor Dou se lo afeó al ver el cartel del nuevo restaurante. Él habla de actitud, de continuidad nominal (Dos Palillos) y de escalivada. Los pimientitos rojos (los compra a Federico, de Naranjas Lola, y los pasa por el Josper) son un placer en monodosis. Dice que se ha liado, que él solo quería tomar una cerveza tranquilita en el bar Raval de madrugada tras cerrar Dos Palillos, que cuando al final decidió quedárselo pretendía hacer un "bar cachondo" sin firma, que Ferran Adrià (una vez más) lo pinchó para que estudiara los recetarios del Mediterráneo y se comprometiera con un proyecto solvente. "Nosotros, cada martes en el Dos Palillos, desarrollamos la parte de técnicas japonesas de

Mi traje de Superman

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Extraterrestre. Cuando se vistió de Superman, Adrián le dio las gracias, esta vez, mentalmente a Daisy. La modista cubana con la que compartía piso le había cosido un traje estupendo que se ajustaba a su anatomía, una sucesión de bultos a años luz de los músculos de acero del extraterrestre del planeta Krypton. Los suyos eran unos bíceps de chóped y, en la parte frontal, una tableta de chocolate derretido. El primer uniforme lo había hecho él: nadie le había enseñado el manejo del hilo y la aguja. Por edad pertenecía a esa generación con las habilidades mutiladas por el sexismo. La madre se había sentado con la hermana para enseñarle a mover la aguja de tricotar. Con eso habían hilado, durante muchas tardes, una cálida relación. Él, hombre, había sido educado sin obligaciones, como un príncipe. Príncipe con las coderas remendadas, un inútil para lo cotidiano. Calzoncillo. El disfraz con el que comenzó la carrera de héroe era un desastre: había malcosido una S a un pija

Las alpargatas de Julio

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Fardo. Mi abuelo Julio fue el último alpargatero de Vila-real, en Castelló. A veces han utilizado en publicaciones locales una foto en blanco y negro para hablar de los oficios extinguidos: él con camisa arremangada, faja de domingo y pantalones –finitos, que parecen de vestir pero debían de ser de trabajo– sentado en el banco de madera mientras trenzaba una pieza. En sus pies, las alpargatas: suela de cáñamo, yute o esparto y cintas negras. Era el calzado de los obreros y los agricultores y los había fabricado a miles. Útiles, estrictos, básicos. Combinaba la manufactura de esas todoterreno con las alpargatas de fiesta o de paseo, en las que se permitía algún color. Bonanza. En un cierto momento de bonanza convirtió la casa familiar, larga y estrecha, en una pequeña empresa con operarias, mujeres que lo ayudaban a coser con largas agujas capaces de atravesar el yute. En la entrada se llevaba a cabo la venta sobre un largo mostrador del que tengo poc

Póker, tiburones y ballenas

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febril. Es difícil augurar cuánto durará el ardor por Pokémon Go, pero sí es momento de decir que durante dos días pareció como si en el planeta no sucediera nada más, ni matanzas ni golpes de Estado. La información siempre ha sido febril, pero esta se ha acercado al delirio. Pedí a mis hijos que me lo enseñaran, saltó uno de los bicharracos a la terraza, lo capturaron y dejó de interesarme. Soy inmune al juego: me aburre sentarme unas horas frente a un tablero y a los mandos de los videojuegos soy más torpe que mister Bean al volante del mini. pandemia. A diferencia de otros fenómenos víricos, lo asombroso es la rapidez de la pandemia: la peste amarilla se multiplicó a la velocidad que los virólogos pronosticaron para la gripe A. Periódicamente, tememos que las nuevas enfermedades se extiendan por la Tierra y nos dañen. Eso acaba de suceder con Pikachu sin darnos cuenta. azar. He conocido a un jugador de póker llamado Àlvar, de 24 años, que ha terminado

El crimen en Ulán Bator

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matar. Durante años, la novela negra y roja y criminal solo supo matar en inglés y en francés. Llegaron los renovadores del género en castellano y en italiano y luego los nórdicos: definitivamente polar, y seca y austera. Y después los chinos y los japoneses y esas culturas de la seda. Se asesina en todos los idiomas, y se asesina de forma similar. estepa . En esa ONU tenebrosa se acaba de sentar Mongolia con un libro salvaje, Yeruldelgger, muertos en la estepa , que edita Salamandra y es otro de esos aciertos que han convertido la colección Black en punto de reunión de los fieles al género. Escribe un francés, Ian Manook, aunque enseguida olvidas la nacionalidad para pensar que es un mongol quien está detrás de las cabalgadas esteparias y de la sordideces capitalinas. yurta . Los escenarios por los que se mueve el atormentado comisario Yeruldelgger, y las dos potentes mujeres que lo acompañan, la inspectora Oryun y la forense Solongo, son tremendos y te impelen a

Adiós, Capitán

Bífida. Llevaban días hablándolo, más bien pensándolo. En realidad apenas había intercambiado frases sobre el asunto. Estaba en el aire, insinuándose en todas las conversaciones. Una lengua de culebra, vibrante y bífida. Evitaban pronunciarse porque ninguno de los dos quería ser juez. ¿Abandonarlo o sacrificarlo? Se había hecho mayor, se orinaba en cualquier lado, dejaba rastros de comida por el suelo. Pero era de la familia, los había acompañado durante mucho tiempo, había sido cariñoso con los hijos, les ayudó en los momentos difíciles. Mascota. A Rocky le había costado quererlo, pero se acostumbró a su presencia, a encontrarlo en la puerta al llegar a casa, a compartir un rato de juego, a los paseos para estirar piernas y patas. Cuando Luna lo trajo, hacía ya tanto tiempo de aquello, se negó a alojarlo. Se oponía a las mascotas porque de pequeño se le habían muerto varias. Temía no saber cuidarlas, aunque la percepción cambio cuando llegaron los bebés. Si era capaz de

La playa de octubre

Arenisca. A la mujer le gusta el hotel. Desde que se jubiló su marido, todos los años pasan 15 días de otoño entre estas paredes. La mayoría de clientes son de su edad: parejas de arenisca, a las que el tiempo va erosionando; y hay más viudas que viudos. Las señoras duran porque son Robocops: resistentes, invencibles, con esas prótesis que las ayudan a tirar –artilugios que también refuerzan el cuerpo de ellos. Intimidatorio. Se ha levantado trabajosamente, ha ido al lavabo –ha cerrado la puerta porque después de 50 años juntos los ruidos del cuerpo humano aún son intimidatorios– y, al salir, ha levantado la persiana para despertarlo. Las habitaciones de este hotel, viejo y achacoso, sincronizado con la decadencia de sus habitantes, tienen persianas. Es algo excepcional. La mayoría de establecimientos recurren a las dobles cortinas que dejan pasar la claridad, esa luz que roba el sueño. Como cada mañana le dice al marido, aún en la cama: “Mira, el mar”. Y no es verdad. Sabe