Escritorio. De pie, el presidente Donald Trump pasó la palma de la mano sobre la sólida mesa de madera del Despacho Oval, el famoso escritorio Resolute, regalo de la reina Victoria de Inglaterra. Se miró los dedos como si buscara polvo. En realidad perseguía el rastro fantasmal de los anteriores presidentes, alguna señal de que allí habitaron los mejores hombres de la nación. Como yo mismo, pensó, el más grande entre los grandes. Forjado. Se frotó unas yemas con otras para dispersar los espectros. La madera era una mala conductora: qué necesaria habría sido una mesa de hierro para comunicarse con el más allá y charlar con el general Eisenhower, que, como él, era descendiente de alemanes. Una mesa a poder ser con las patas decoradas con hojas forjadas, representado un árbol. Se sabía un hombre de gusto, con buen gusto, aunque no siempre comprendido. La mesa habría disuadido a Bill Clinton de hacer cochinadas por el peligro de engancharse las partes pudendas en el folla...