Los mapas del horror 1 // Mauthausen







[En el 2015 se cumplen 70 años de la liberación del campo de Mauthausen.
En diciembre del 2000 publiqué en El Periódico, en la sección de crónica diaria Paso de peatones, un encuentro con dos supervivientes del exterminio nazi]




Cuando Joan Escuer (Cornudella, Tarragona, 1914) y Antonio Roig (Barcelona, 1919) miran las fotografías tomadas en el campo de concentración de Mauthausen, que desde hoy --y durante tres meses-- cuelga el Museu d'Història de Catalunya, se ven a sí mismos, aunque no aparezcan en ninguna de esas imágenes. Pero ellos estuvieron en todas las demás.

En las fotos jamás hechas, pero sí vividas y sufridas, en los negativos guardados en el cuarto oscuro de la memoria.


Escuer fue recluido en Dachau.
Roig, en Mauthausen.

Sobrevivieron a esos mataderos del hombre, donde, a diferencia de los degolladeros de animales, allí se ensañaban con las víctimas.
Sobrevivieron para contarlo. Y eso hacen sin desmayo por los colegios, donde niños con la piel rosada escuchan los cuentos de terror verdadero, sin imaginar, hasta aquel instante de abismo, que la sevicia y el sadismo no tienen límites.

En la historia de Roig hay tanto infortunio que sólo puede ser contado con pocas palabras.
Combatiente de la guerra civil española.
Republicano en el exilio.
Peón en los batallones franceses de trabajo.
Prisionero en Mauthausen entre 1941 y 1945.

"Aquélla era una vida de forzados, nos trataban peor que a presos. Estábamos considerados ratas, no teníamos derecho a vivir, aguantábamos los malos tratos, la lluvia, el frío, el calor, la nieve, el barro... Los prisioneros vivían entre seis y nueve meses".

En las fotos --mentales, jamás disparadas-- de Roig se puede ver, se puede oír, toda la gradación del horror, del gris sucio al negro ceniza.


Roig se vuelve a ver en la cantera, sacando granito para adoquinar las más bellas calles de Viena, por donde paseaban los nazis operísticos con las botas enlustradas: "Eramos mano de obra a la que había que sacar total rendimiento. Nos exterminaban por el trabajo".

Roig se vuelve a ver con el uniforme a rayas y el triángulo azul con una S en su interior, S de Spanien, de español.

S --ahora, octogenario, indestructible-- de superviviente.
S, de algún modo, de superhombre.


Hay más negativos en el álbum de Roig.
El de la chimenea del campo de aniquilación, coronada por una llama azul y, en medio, como un último aliento, una flamita amarilla.
El del judío holandés, profesor de idiomas, contrahecho, al que el jefe del cadalso apremiaba a lamerle las botas, asesinado con una inyección de gasolina, "y descuartizado como un jamón".
El de los presos ahorcados por intentar la fuga.
El del hombre que quedó medio socarrado en una alambrada eléctrica porque sólo tocó un hilo y fue obligado a agarrarse al tendido completo.


La biografía de Escuer también debe ser concisa para comenzar el viaje: oficial del ejército republicano, participante en la resistencia francesa, cautivo en Dachau (1944).


Duelen los retratos orales que extiende sobre la mesa.
Está él, "desnudo y desinfectado", con un número, el 74.181.
Está su sombra, tras bajar hasta un peso paja de 35 kilos.
Está ajustando motores de aviación.
Está enriqueciendo la sopa agusanada con hierbas, mientras los nazis pasan a su lado gritando "beeeeee".
Está relamiéndose por encontrar, "una sola vez", un trozo de grasa.
Está llegándole a la nariz "una bocanada de carne rustida" y, a los ojos, la señal de humo, continua, de los crematorios.


¿Cómo soportaron esa condenación?
Roig: "Cuando más cerca estás de la muerte, más ganas tienes de la vida".
Escuer: "Había que sobrevivir para explicar cómo fue aquello".

Y siguen. Siguen.






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