Una chaqueta de piel humana // #CuentoTallaS
Taxidermia.
Las chaquetas y los pantalones y los zapatos, ¡y los sombreros!, de piel humana
se habían puesto de moda. Un viajero del tiempo llegado, por ejemplo, del
lejano 2017 podría pensar que aquella era una sociedad de antropófagos que
utilizaba las epidermis secadas y curadas de sus víctimas como vestuario
después de saciarse con sus muslos. O que se había recuperado la taxidermia
escabrosa del aún más remoto siglo XIX, cuando en la ciudad perdida de París
los vivos blancos disecaban a los negros muertos para mostrarlos en las ferias
y en los gabinetes de curiosidades, entre el horror y la piedad de los
visitantes. Ese conocimiento mohoso había sido transmitido con tartamudeo y ya
solo los eruditos sabían de caníbales, disecadores y racistas.
Injerto.
Las chaquetas y los pantalones y los zapatos, ¡y los sombreros!, de piel humana
nacían en los laboratorios a partir del ADN. Al principio la cultivaron para
injertos, para curar a los quemados, para reparar cuerpos. Después, con el
desarrollo de las pieles sintéticas que suprimían el envejecimiento, la piel
humana procedente de laboratorio se destinó al ámbito recreativo. Al principio
intentaron comercializar unas alfombras, aunque con discreto éxito, pues en la
memoria colectiva la piel era inseparable del cuerpo y caminar sobre ella era
pisotear a la Humanidad.
Lactosa.
Las artificiales estaban fabricadas con polímeros. A medida que la gente fue
mudando y aceptándolas, las de verdad –las pegadas a los músculos– dejaron de
ser relevantes. Algún historiador estableció un paralelismo: a principios del
siglo XXI, las polipieles sustituyeron a las de vacuno hasta que los animales
se extinguieron, también por la mala prensa de la lactosa y porque el aumento
del efecto invernadero se atribuyó a las ventosidades.
Glándula. La
sustitución de la piel natural por la artificial fue recibida con esperanza
porque suprimió el dolor. Sin nervios, el padecimiento desapareció, aunque el
efecto indeseado fue que se volatilizó el placer. La caricia se consideró un
atraso. No sentir podía ser peligroso porque nada alertaba al cuerpo del fuego,
de los golpes o de los cortes, si bien el nuevo cubrimiento era de alta
resistencia. La gente dejó de tocarse y eso se consideró una revolución,
también higiénica. Por eso cuando una empresa de biotecnología recuperó las
olvidadas pieles humanas y las cultivó y comenzó a trabajarlas según las
antiguas técnicas de los curtidores, los poseídos por el fantasma de la moda
hicieron miles de pedidos para conseguir las prendas, libres de pelos y
glándulas sebáceas y sudoríparas. Era tejido muerto, pero los artesanos fueron
capaces de reproducir la vivacidad que habían perdido las postizas.
Sudadera.
Primero fueron ropas sin identidad, pero después llegaron los pedidos a medida.
Quienes guardaban ADN de un familiar podían reproducir su forma externa.
Algunos se recubrieron con sus abuelos y otros, con sus padres. Vestir una
sudadera con la textura de un antepasado era una forma de poder más que de
conexión, puesto que la reproducción exacta de los relieves estaba al alcance
de unas pocas compañías. Tejidos de primera y de tercera, retales y
aberraciones que los cultos equiparaban a un monstruo de la literatura
olvidada: Frankenstein. Muchos milenios atrás, los humanos habían sobrevivido
al frío gracias a los pellejos de los animales y esta sociedad altamente
evolucionada regresaba a las prácticas primitivas de una forma lúdica. Se
recuperaron las pieles de personajes mitológicos como un tal Elvis Presley,
cantante, del que había dos versiones: la normal y la extragrande. O de Winston
Churchill, con un modelo ahumado por el olor a puro, que ya nadie recordaba.
Fresco.
Fueron tales la conmoción y las ganas de piel, que los científicos la
injertaron de nuevo en la anatomía humana. Revirtieron el proceso y lo
sintético, como antaño, se destinó a las chaquetas y los pantalones y los
zapatos, ¡y los sombreros! Las personas, con la piel fresca y renovada,
volvieron a tocarse y a disfrutar y a sufrir. Sintieron, como una revelación,
el placer, y el dolor.
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