¡Dejad de hacer ruido! // #CuentoTallaS
Campana. El
piso estaba en el centro del ruido. Ninguna estancia se salvaba del fragor. Con
los ojos cerrados, Emilia podía saber en qué habitación se encontraba según el
sonido que le llegaba. Sus padres emigraron de un pueblo donde el timbre
recurrente era el de las campanas, que señalaban cada una de las horas del día
y de la noche de una forma tan eterna y rutinaria que nadie se daba cuenta del
tañido, a menos que cambiara el toque para anunciar muertos. En ese pueblo ni
siquiera había gallos que puntearan el alba.
Loza.
Cuando Emilia era niña regresaba con miedo al silencio pueblerino: no estaba
acostumbrada a escuchar su voz sin sordina. Agobiada por la falta de bullicio,
pasaba insomne las noches y solo las campanadas le servían de guía, como las
piedrecitas en el bosque, para avanzar por la madrugada. La una era un suplicio
de un solo golpe. Las ocho, la confirmación de que seguía respirando y de que
los otros habitantes de la casa también habían sobrevivido al vacío y que
pronto oiría el trajinar de la cocina, el entrechocar de la loza para el
desayuno de los adultos. Con el ajetreo que refundaba el mundo conseguía
dormirse.
Cañizo.
Emilia era una reputada financiera que domaba a látigo la fiereza de los
números. Mujer independiente, prefería la soledad bajo control al
emparejamiento acomodaticio. Llevaba años con la misma persona, aunque que cada
uno dormía en su vivienda y solo compartían tiempo tras sincronizar las
agendas. Ella compró su piso en un barrio céntrico de la ciudad, en un edificio
centenario que conservaba el aislamiento de cañizo y el pavimento hidráulico.
Lo reformó respetando la esencia y permitiendo que entraran las vibraciones de
la ciudad, renunciando a los cristales dobles. La vivienda se encontraba en la
cuarta planta de una calle no demasiado transitada, por lo que las voces y el
rozamiento del tráfico trepaban como monos agotados. Ese rumor le hacía
compañía y se sentía feliz al sentarse en el sofá envuelta con el cobertor
sonoro.
Turista.
Cuando murió la vecina del piso de arriba, una viejecita que pesaba menos que
un cojín de plumas, cambió la relación de Emilia con el ruido. Porque aquello
que había sido una forma incorpórea de compañía pasó a ser un monstruo con
varias cabezas. Primero fueron las obras y sentir cómo el cielo se rompía sobre
la cabeza. Cuando se largaron los paletas y la maquinaria de destrucción,
entraron los turistas. La primera fiesta la pilló desprevenida. Una noche llegó
a su casa deslomada: mientras cerraba la puerta, expulsó de los hombros el peso
de una adquisición. Ya pensaría en eso al día siguiente. Cayó en el sofá
dispuesta a ver una serie en la tele de pago, pero la música y los saltos y los
gritos le impidieron concentrarse en la acción. Decidió que les daría una
oportunidad para no pasar por gruñona y que, si reincidían, aporrearía su
puerta y los pondría firmes.
Enredadera.
Desde la fiesta inaugural, las modestias se sucedieron a diario: cambiaban los
huéspedes, aunque no el comportamiento. La relación con el piso también se
modificó. Lo que antes la acompañaba, ahora la asediaba. Cuando tiraban la
cadena del váter, cuando gemían los amantes, cuando veían la tele. Cuando, sin
más, caminaban, aunque para ella, con los nervios trepando como una enredadera,
eran pasos de gigantes.
Estruendo.
Incapaz de seguir habitando en el corazón del estruendo, un viernes regresó al
pueblo. La casa familiar permanecía en pie, hermosamente restaurada para
contener la memoria de los padres. Dispuesta a reconciliarse con el silencio,
escuchó con temor la campanada de la una. Después, el tiempo se desvaneció y
solo regresó a la realidad 11 horas después, cuando las campanas llegaron al
apogeo de las 12 y el Sol estaba en lo alto. El sábado durmió como una bendita
y decidió regresar a la ciudad el lunes para aprovechar la noche del domingo.
Durante el fin de semana se desperezo una idea: tal vez podría trabajar a
distancia, desde la casa del pueblo, y pasar en la ciudad el tiempo
imprescindible. De inmediato, alquilaría su vivienda como piso turístico.
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