Restaurante Grado Sushi / Bar Chiqui // Barcelona / Diciembre del 2021






























Bar Chiqui / Grado Sushi
Vilamarí, 29
Tf: 933.25.08.33
Precio medio (sin vino): 25 €
Menú de mediodía: 12,50 €



Vermut, anchoas y (buen) 'sushi' en el bar de toda la vida


Sobre la entrada, el cartel clásico: ‘Bar Chiqui, tapes, entrepans’. Y debajo, y en un lateral, un luminoso en mayúsculas: SUSHI. En realidad, debería decir Grado Sushi, que es el nombre completo. Pero ¿Bar Chiqui o Grado Sushi? Ambos porque se trata de uno de esos lugares que surgen con naturalidad empujados por la catástrofe.

Podría confundirse con un establecimiento diseñado por un decorador de imposturas o por un cerebro acelerado del 'marketing', una de aquellas falsas tintorerías o tiendas que llevaban a otro lado y donde era más importante la idea que el contenido.

Nada de eso. Chiqui fue fundado por los padres de Enric Riasol en 1959 y el confinamiento de 2020 hizo que la hija, Sònia, añadiera, para sobrevivir, un 'delivery/take away' de 'sushi' preparado por su pareja, Douglas Alves, brasileño.

Falta en este arranque una pieza fundamental, la madre, Núria Camprubí, que se hace cargo de las mesas y habla de 'uramakis' y 'yakisobas' del menú de mediodía (a 12,50 €, sin bebida) con la misma naturalidad con la que toma nota de un bocadillo de chistorra.

Sentado al fondo, frente a los barriles del vino a granel, pregunto a Sònia si para sus padres, para Enric y Núria, es duro el tránsito a un mundo que les era ajeno: «En broma, mi padre dice que con las anchoas ya se dedicaba al 'sushi'. Pero sí, es difícil». Lo es, seguro, aunque parece que hayan sintonizado bien con la onda del pescado crudo.

La madre concentra en unos segundos el paso del tiempo: "Aquí viene toda clase de clientes. Cuando estaba el canódromo abierto… [cerró en 1999]. Policías, basureros, trabajadores de obras públicas…". Pasa un basurero, que entra en el lavabo. El bar como servicio, por supuesto.

Aunque tienen sakes, me apunto al trago de bodega: primero, el vermut, «de Reus», dice Núria, «lo sirvo como a todos, sin hielo», claro que sí, con las anchoas del Cantábrico «y la salsa de la casa». Buenas anchoas, carnosas, con un punto alto de sal, a las que sigue una gilda y su picardía. En vasito, tomo un tinto del Priorat y un blanco del Penedès (ojalá más frío).

Sobre la mesa de mármol, los palillos y la soja, en botellita reciclada de refresco.
La entrada en lo japonés es majestuosa: 'usuzukuri' de ventresca de atún con huevas de salmón y 'wasabi' picado.

Aprecio la calidad del pescado (se plantan en Mercabarna a las seis de la mañana, y eso que salen del bar a medianoche) y el corte, magnífico, que aparece una y otra vez: en los 'sashimis' (serviola, lubina, salmón...) y, de nuevo, en el 'usuzukuri' de pez limón con jalapeño, que me recuerda el clásico de Nobu, por donde Douglas pasó antes del cierre, así como la combinación de pez mantequilla con trufa, también en la carta, lleva a Ricardo Sanz.

Cuenta Douglas que eligió el 'sushi' por amor (comenzaba a salir con Sònia y ella prefirió que hiciera prácticas en un japo antes que en un hotel) y pasó por Ikibana y Mishima: «Pero donde aprendí a cortar fue en Tunateca».

Pregunto por el peso de los 'nigiris': «12 gramos de pescado y 11 de arroz». Curiosamente, si le das la vuelta, los granos ocupan casi toda la superficie, en vez de agruparse en un zepelín. Arroz Minori, del Delta, para mí, un poco duro, pero que, en el conjunto, da buen resultado. Premio para el 'nigiri' de fuagrás y anguila (que Douglas compra viva y mata) .Noticias relacionadas

Hay más 'nigiris' y también 'uramakis', con el habitual nombre de fantasía, el Crazy Tuna, con aguacate y 'tartar' de atún, y el Tobiko, con langostino en tempura y salmón. De postre, trufas de té verde.

En la mesa contigua, una señora mayor ha tomado el menú: 'japo', claro. Después ha pedido una botellita de 'vi ranci' y otra de mistela para llevar, el perfecto equilibrio entre el Sushi y el Chiqui.






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