Bar Yeti // Barcelona / Mayo del 2022





















[Este restaurante ha cerrado: el fracaso de la albóndiga]



Bar Yeti
Plaza Bonanova, 6. Barcelona
Tf: 938.678.409
Precio medio (sin vino): 20 €



La victoria de la albóndiga



De repente, la albóndiga rueda hacia los lugares con mantel. Secuestrada de los mostradores de zinc, se pide rescate por ella: he visto la unidad en formato 'pilota' a precio de hamburguesa pija.

Y yo no quiero eso (o no quiero solo eso), sino la albóndiga en su humilde majestad y en compañía de otras. Por eso me siento en la terraza del Bar Yeti, de los hermanos Herrero.

«Tener un bar era mi ilusión», dice el cocinero Carlos Herrero. Cuando supo que el Yeti de la plaza de la Bonanova iba a cerrar, azuzó a la familia, a sus hermanos Adolfo y Cristina para la misión de rescate: «Quien más me apoyó fue mi padre, que murió en septiembre». Hay, pues, sentimiento y compromiso, y esa pena por el que se fue.

Los padres de los Herrero Salvador, Adolfo y Pilar, adquirieron el restaurante Bonanova en 1963 y los azulejos de 1919 nunca han dejado de brillar. Un establecimiento del otro está a un minuto a pie.

¿Por qué albóndigas? «Por un juego del publicista Toni Segarra, que al ver el nombre de Yeti se le ocurrió lo del Albondigable Hombre de las Nieves».

Amenazado por el sol atónito de primavera, pido esas esferas de cerdo y ternera al 50%, 'panko', leche y un huevo por kilo de carne, tiernas, sabrosas y sí, el mundo está achatado por los polos y tengo ante mí constelaciones.

Buenas, por supuesto, así que propongo a Carlos que convierta el Yeti en la referencia pelotera de la ciudad con la Albóndiga del Mes, carne, pescado, verduras, legumbres, ¡dulces!, todo es albondigable, y salseable. Es una cuestión de forma.

Han conservado el interior, varado en los años 60-70 y con un póster de un Luis Aguilé que ya solo reconocen los prejubilados: es-una-la-ta-el-trabajar.

Lleva bien el servicio Álex Aznar, cómplice de Carlos, con quien compartió una vermutería en Badalona y el mismo origen familiar en Olba, Teruel.

Reprocho que la copa de vino llegue llena desde el interior del local, sin que haya visto la botella, y Álex lo soluciona con rapidez. Pruebo los tintos La Pinada (bobal) y Le Méprisé (tempranillo/syrah) y me quedo con el segundo.

Fue Álex quien convenció a Carlos de que la tortilla abierta (esa idea de Sacha que recorre el mundo) llevara encima patata pochada y cebolla confitada, completada con láminas de lomo curado de rubia gallega: muy buena. No-es-una-la-ta-el-trabajar.

La procesión pasa por mis morros: la croqueta de pollo rustido (cremosa) y las bravas con 'allioli' de ajo escalivado y una salsa roja con pimiento, guindilla y «un toque de kétchup», dice el cocinero en voz baja.

Me reencuentro con la bombita de morcilla (con el arroz en el exterior) de César Pastor, que fue cocinero de Colibrí y Bonanova y también familia de los Herrero. Y, aunque no está señalada como tal en la pequeña carta, podría formar parte de lo albondigable.

Vamos a por el bocata de calamares, bocadillo planchado. Pan del Forn Bertran de Badalona, «calamares a la andaluza» y mayonesa de lima y jengibre. El tostado de la chapata dobla el 'crunch'.

Sin la tradición de Madrid, el bocadillo con tentáculos se extiende: en pocos días, además de este, he zampado el de Casa Guinart, en la Rambla, y el de Tremendu, en Sabadell.

Hay callos, callos de campeonato, con los que Carlos se ha presentado a una competición mundial (qué exagerados son los callistas): usa como base los de Menuts Rosa, de La Boqueria, a los que les da chispa choricera.

Asombrado por la edad del oro del 'xuixo' (lejos de Girona, no era un habitual de los postres de restaurante), este llega bronceado por la plancha, si bien últimamente gusta a los cocineros pasarlo por la brasa. Es de Can Castelló y tan contundente como apetecible.

Albóndigas y patatas para mojar en la salsa. Y el día es redondo.



El equipo

Arielle Caringal, Jurey Domingo, Bruna Ces, Álex Aznar y Rubén Andrés.




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