Restaurante Mano Rota // Barcelona
[Oswaldo Brito ha dejado Mano Rota]
Mano Rota
Creus dels Molers, 4. Barcelona
T: 93.164.80.41.
Precio medio (sin vino): 25-30€.
Menús: 14 (mediodía), 35 y 55€.
El escenario es una
barra
“Ni un bar ni una barra”,
dice Oswaldo Brito. Restaurante con barra,
definen: me gusta el concepto.
La barra como destino, no como accesorio.
La
barra, donde trajinan Oswaldo y Bernat Bermudo, es el corazón de Mano Rota. Está
al final del espacio, guardiana del reservado y la puerta de la cocina. Oswaldo
y Bernat son unos viejos que acaban
de llegar.
Fogueados en restaurantes doctorales, se conocieron en la escuela
Hofmann. Sus carreras han ido cruzándose, sobreviviendo a océanos, a parejas y
a hijos.
Cansados de trabajar para los demás, se han reunido en Mano Rota,
nombre que se refiere a la habilidad.
He visto destreza en mi visita, a la
semana de abrir, y sé que será uno de los estrenos del año.
¿Es posible saber
cuándo un plato es importante? Por supuesto. Siempre hay alguno que se levanta
sobre los demás, que trasciende.
Las películas y los libros que importan son
los que dejan poso y que retornan días después a haberlos saboreado. Me ha
pasado con el Suquet Thai.
Es un enunciado sugerente: al leerlo la cabeza ha
comenzado a centrifugar.
Dos recipientes: un plato con la salsa de coco, los
cacahuetes, la lima, el curry verde; y una sartén con papel Carta Fata, que envuelve
un regalo: lubina y sofrito.
Al destapar, buenos olores familiares. Hay que mojar
el pescado y el sofrito en el blanco. Tradiciones alejadas que funcionan
juntas.
Mano Rota es ese Suquet Thai. De aquí y de allá. Oswaldo es venezolano.
Bernat es catalán y ha trabajado en Lima. Mezclan con mesura y conocimiento.
En verdad, Mano Rota
tiene dos barras, la de la entrada, para aperitivos y cócteles, y la del fondo,
con mesas en medio.
Acomodado frente a los dos chefs, aprecio el trabajo de
carpintería, maderas procedentes de Holanda recicladas por Revamp-Studio,
responsables también del aparador junto a la estupenda barra. Buen
interiorismo, que no avasalla.
Y buena carta de vinos, de la que echa mano Pepe
Villodre, al que me he ido encontrando por esos restaurantes de Dios, y del
demonio.
Comienzo con el tinto Brutal de Les Gavarres y sigo con una mencía
finita de Algueira. Pan con grandeza de barrio, del horno Serra.
Croquetas de yuca y
queso scamorza, que requiere un poco más de mayonesa cítrica para aligerar
textura.
Stracciatella –que les sirve Mozzakimozza-- con praliné de avellana y berenjena
frita, batiburrillo arriesgado y excelente, aunque la hortaliza se pierde.
Nota
alta para el cebiche de corvina –corte perfecto— y ají amarillo. Otra buena
puntuación para el atún con jugo de lomo saltado –toque peruano--, salsa maja
que serviría para cualquier cosa.
Y nuevo platazo: tiras de secreto ibérico
crudo, cocinado al momento con un dashi.
La papada con orejones, miso y mostaza
es una faena de oreja y rabo.
Paso a los postres, chocolate blanco y yogur griego
con frutos rojos. Menos convincente por exceso de azúcar, el café irlandés, con
una infusión de culto que les prepara Jordi Mestre (Nomad).
El Paral.lel, con el
rey Albert Adrià, se ha puesto estupendo.
El espectáculo ya no está en los
teatros sino en los restaurantes.
El escenario es una barra.
Atención: a la Carta Blanca, dejar la comida
en mano de los chefs.
Recomendable para: los que buscan “sabores no
planos”.
Que huyan: los de las tapas previsibles y
aburridas.
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