Adiós, Capitán
Bífida. Llevaban días hablándolo, más bien pensándolo. En
realidad apenas había intercambiado frases sobre el asunto. Estaba en el aire,
insinuándose en todas las conversaciones. Una lengua de culebra, vibrante y
bífida. Evitaban pronunciarse porque ninguno de los dos quería ser juez.
¿Abandonarlo o sacrificarlo? Se había hecho mayor, se orinaba en cualquier
lado, dejaba rastros de comida por el suelo. Pero era de la familia, los había
acompañado durante mucho tiempo, había sido cariñoso con los hijos, les ayudó en
los momentos difíciles.
Mascota. A Rocky le había costado quererlo, pero se acostumbró
a su presencia, a encontrarlo en la puerta al llegar a casa, a compartir un
rato de juego, a los paseos para estirar piernas y patas. Cuando Luna lo trajo,
hacía ya tanto tiempo de aquello, se negó a alojarlo. Se oponía a las mascotas
porque de pequeño se le habían muerto varias. Temía no saber cuidarlas, aunque
la percepción cambio cuando llegaron los bebés. Si era capaz de encargarse de
unos recién nacidos, ¿por qué no habría de saber hacerlo con aquel ser más
simple?
Pedigrí. En casa de los padres de Luna siempre había habido
uno: se había acostumbrado a la calidez de su presencia. Ella le dijo a Rocky
que se ocuparía de él, que lo alimentaría, que lo bañaría, que lo cepillaría.
Quien se lo regaló le dijo que tenía pedigrí, que procedía de buena familia,
que era de pura raza: pelo negro y tez blanca. Ella lo llamó Capitán porque lo
veía revestido de autoridad. A Rocky el nombre de Capitán le parecía exagerado:
¿a quién mandaba, cuál era su tripulación? ¿Acaso lo eran los gemelos? Los
gemelos jugaban con él, se revolcaban, lo mordían. El Capitán nunca se quejó.
Rayo. Lo peor del mundo para Rocky eran las noches de
tormenta. Mientras se moría de miedo, acurrucándose, temblando, el Capitán
permanecía firme, el perfil iluminado por los rayos. Entonces sí que le parecía
un capitán, aunque se callaba el elogio. Cambiaron sus sentimientos cuando
salvó a uno de los gemelos.
Gemelo. Fue durante unas vacaciones en el lago. Los gemelos
sabían nadar, pero en el agua seguían tan alocados como en tierra firme. Nadar
con ellos era como bailar con anguilas eléctricas. Nunca se separaban demasiado
el uno del otro, pero ese día Archie quiso explorar alejándose de la orilla.
Por suerte, el Capitán estaba vigilante porque Archie padeció un calambre.
Orgulloso, no quiso avisarlos: después les dijo que quería hacer algo solo, sin
el gemelo, quería, por primera vez, ser uno. Comenzó a hundirse sin que los
padres se dieran cuenta y el Capitán se lanzó a por él. Consiguió sacarlo del
agua con el calambre, el orgullo herido y mucha agua en la garganta que le hizo
toser durante un rato. El otro gemelo se ofendió porque Archie había querido
ser uno. El uno sin el otro. Entonces, Rocky comenzó a querer al Capitán.
Abandono. Después de postergar la decisión varias veces, Luna y
Rocky hablaron con sinceridad de qué hacer con él: descartaron la muerte y se
inclinaron por el abandono. Lo llevarían a un lugar bonito, a una de las
cabañas cerca del lago. Podría pasar allí, libre y dichoso, los últimos días.
Garrapata. Cuando subieron al vehículo, Rocky sintió la
necesidad de rascarse: debían ser garrapatas, o el nerviosismo. Luna quiso
lamerse. Lo hacía cuando no controlaba la situación. El Capitán comprendió lo
que iba a suceder porque metieron sus enseres en una bolsa. Hubo silencio
durante el viaje. Al llegar a la cabaña se lo explicaron. Rocky, el pastor
alemán, aulló, enfadado, para demostrar el dolor. Luna, la golden retriever,
ladró bajito. El Capitán, ya un hombre septuagenario, les habló: “He intentado
ser útil a la familia, ser un buen animal de compañía. Os agradezco que no me
hayáis sacrificado ahora que soy viejo y estoy enfermo. Otros, en vuestro lugar
lo habrían hecho. Por primera vez, aunque sea por poco tiempo, podré decidir
por mí mismo. Decid adiós a los cachorros”. Se dio la vuelta y entró en la
cabaña. Los dos perros, destrozados, pusieron en marcha el monovolumen.
Comentarios
Publicar un comentario