El récord mundial de tertulia // #CuentoTallaS
Hibernación.
Llevaban mucho tiempo de programa en directo. El estudio de radio hedía como la
cueva de un oso tras la hibernación. La idea del locutor había sido bien
acogida –y espoleada después– por el director de la emisora: batir el récord
mundial de tertulia. Habida cuenta de que una gran parte de la programación ya
estaba destinada a la charla faltona, ¿por qué no alcanzar los límites de la
especialidad? ¿Cuánto tiempo podía durar una tertulia? ¿Horas, días, semanas? Y
de aguantar los profesionales, ¿resistirían los oyentes o irían ausentándose
hasta la indiferencia total?
Tila. El
locutor le dijo que estaba dispuesto al sacrificio y que se imbuiría del
espíritu de los astronautas, pues era consciente de que era una misión de la
que, a lo mejor, no regresaba. Se preparó como pudo porque el director lo
apremió para que el experimento fuera realizado cuanto antes. Quiso contratar a
un preparador personal, aprender técnicas de respiración con un maestro de
yoga, profundizar en las terapias autorrelajantes. No le dio tiempo y se
conformó con una tila en compañía de un viejo condiscípulo al que la crisis había transformado en profesor de taichí.
Tiniebla.
Los tertulianos principales dijeron de inmediato que no, excusándose con las
decenas de compromisos ya adquiridos. “Hombre, si esto lo llegas a decir con
tiempo, ¡encantado!”. Los segundones tampoco se lo pusieron fácil. Encontró
entusiasmo entre los rechazados, los que se habían ofrecido en otro tiempo y
cuyos nombres habían pasado a las tinieblas de un cajón. Un periodista de
derechas (cuota), un periodista de izquierdas (cuota), una periodista ni de
derechas ni de izquierdas (cuota doble: por mujer y por nueva política). Esos
tres eran fijos. Entre los alternos había más variedad, todos ellos, ex: un
exjuez, un expresidiario/empresario, una expolítica (reconvertida en novelista)
y un exmiembro de las fuerzas de seguridad (reconvertido en portero de
discoteca).
Masaje.
Las primeras 24 horas fueron gloriosas: los medios de comunicación destinaron
redactores a cubrir el acontecimiento. Hubo cámaras de tele y micrófonos
inhiestos. Nunca el locutor se había sentido tan importante. ¡Se peleaban por
escucharlo! La empresa fue generosa y pagó el cátering (patrocinado) y un
servicio de masajes que se llevaban a cabo sobre una camilla muy vistosa
(patrocinada) y acondicionó un par de habitaciones como dormitorios
(patrocinados). Unos guionistas ayudaron a teatralizar los enfrentamientos, que
fueron muy salvajes al principio. Cubrieron con holgura las primeras horas
porque por fin los tertulianos gritaban sin límite de tiempo. Estiraban las
intervenciones hasta convertirlas en chicles secos. El locutor hizo lo que pudo
en aquel ring.
Cotilleo. La
periodista que no era de derechas ni de izquierdas (cuota) le soltó un guantazo
al político de derechas (cuota) cuando él le dijo que ella estaba allí por
¡cuota! Después ella le pidió perdón y él, que era un caballero a la antigua
(lo dijo así), la perdonó. Cuando un asunto se agotaba, el guionista de guardia
entraba con una nueva propuesta. Tiraron de política y economía, pero cuando
pasaron al cotilleo y al sexo, las llamadas telefónicas se sucedieron, lo que
entusiasmó al director, que pensó que la audiencia rebrotaba.
Acritud. La
tercera noche fue fatal. Alguien tuvo la idea de invitar a un bartender (antes,
barman) para evocar el ambiente de las coctelerías y estimular la conversación
sofisticada. El decoro se había perdido y el locutor arbitraba con camiseta y
calzoncillos. Las copas se sucedieron y los cubitos se mezclaron con la acritud.
De nuevo hubo peleas y a punto estuvieron de llegar a las manos el exjuez
y el exempresario, que arrastraban lejanas disputas. El locutor advirtió que la
periodista que no era de derechas ni de izquierdas y el político de derechas
habían desaparecido. En el cuarto de las fotocopiadoras, donde habían colocado
un camastro, se sellaba de manera fogosa una nueva alianza política.
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