Beeeeeeeeeeee // #CuentoTallaS
Salero.
Germán era un hombre con grandes frases que jamás había pronunciado. Se
vanagloriaba de decir siempre la verdad y eso era ya una mentira. Ante los
demás fingía unas ingeniosas y abultadas respuestas que en realidad había
meditado, e incluso escrito, incapaz del salero, la heroicidad y la velocidad
de respuesta de la que se envanecía.
Axila. A
la hora de comer, momento que compartía con tres compañeros en un restaurante
económico, explicó cómo paró los pies a un hombre rudo que se coló en la
irritante fila del hipermercado. El individuo era un barril con roderas bajo la
axila del tamaño de tapacubos y brazos como patas de hipopótamo. El tipo
irrumpió al principio de la cola formada por tantos carritos como vagones en un
tren de mercancías. Cargaba latas de cerveza esposadas con cepos de plástico.
La acometida fue recibida con murmullos, pero nadie se atrevió a alzar la voz.
Según su versión, él salió de entre los borregos para enfrentarse a la bestia.
Le habló con la afilada dureza del témpano: “Caballero: no sé si se habrá dado
cuenta, pero usted no es la máquina de este Talgo, sino el vehículo de cola.
Haga el favor de ir detrás”. Impactado por la valentía y la contundencia del
mensaje, el gordo se retiró en silencio. Lo cierto es que Germán solo dijo, sin
que nadie lo oyera: “Beeeeeeee”.
Ruin. A
la familia le contó cómo se enfrentó al jefe para castigar la injusticia. Ese
mando intermedio era un politoxicómano de las relaciones, emponzoñador de la
atmósfera de trabajo. Siguiendo un patrón psicopático, el jefecillo intentaba
brillar humillando a los demás, empequeñeciéndolos, haciendo que se sintieran
culpables. El ruin acusó de un error a una compañera de despacho y él,
oficinista armado con brillante grapadora, se plantó ante el felón en defensa
de la dama: “Sé un hombre y admite que la equivocación es tuya. No pasa nada
por decir: ‘La he cagado. Perdón. ¿Te consideras un ser superior? ¿Disfrutas
dañando la reputación de alguien indefenso? ¿No te sientes un mierdecilla por
actuar de un modo rastrero?”. Lo cierto es que Germán solo dijo, sin que nadie
lo oyera: “Beeeeeeee”.
Gesticulación. A
los amigos de toda la vida, les detalló cómo tuvo una desagradable conversación
con el primero de ellos que iba a casarse. La boda arruinaba un proyecto en
común desde el patio del colegio y los 10 años de edad, quebraba la pandilla,
que cojearía por la ausencia de un miembro. Germán –se enorgulleció ante el
grupo– se había reunido con el disidente para que recapacitara: “Solo un amigo
de verdad, de los que te quieren, es capaz de este acto que podría tener
consecuencias graves para nuestra futura relación. Por eso te digo que no te
cases con esa mujer. Ella es dominante. Te anula. Desde que sois novios, ¿no te
reprocha que sigas saliendo con nosotros? ¿No se enfada cuando llegas de
madrugada, aunque solo hayamos estado charlando? ¿Qué necesidad tienes de
casarte? ¿Para qué firmar unos papeles? Creo que lo más sensato es que sigas
como hasta ahora. Jamás me atrevería a pedirte que cortaras. ¡Nunca! Pero sí
apelo a nuestra vieja amistad para que consideres anular la boda. Deja que pase
un poco más de tiempo para ver si estás seguro”. Dramatizó el encuentro con
gesticulación y gritos, pautas de tragedia griega. Lo cierto es que Germán solo
dijo a este amigo a punto del altar, que sí escuchaba: “Beeeeeeee”.
Padrino.
Gracias a la política de soltar las verdades, ser valiente, dar la cara, no
dejarse atropellar, Germán vivió la procesión de las cajas registradoras
soportando a los que se colaban, conservó el empleo, recibió palmaditas del
jefe y fue el padrino de la boda de su mejor amigo.
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