Pastillas y champán // #CuentoTallaS
Soborno. El
jefe del Gobierno y el presidente de la farmacéutica brindaron con champán. Al
primero le parecía una baba carísima y propia de desdentados ricos. Al otro
comensal, un vínculo líquido con el viejo mundo y, por tanto, digno de respeto
y alabanza. Como las burbujas, la antigua sociedad había explotado y disipado
tras una gran efervescencia. El cambio climático fue definitivo. Qué poco
significaban tres grados a la hora de enfriar una bebida y cómo alteraron la
vida de forma irreversible. El champán, por ejemplo, ya no se producía. Las
vides habían ido escalando paralelos hasta que se volvieron improductivas.
Quedaban algunos miles de litros protegidos en bóvedas blindadas que los
mandamases utilizaban en beneficio propio, para fiestas y sobornos, como una
alegoría frívola, festiva y nostálgica del pasado. En un mundo muerto, el
champán seguía vivo y cada vez que alguien destapaba una de las escasísimas
botellas, el mundo volvía a ser el de antes. Alguien decía que beber una copa
era como viajar hacia atrás. Tener una botella era disponer de una máquina del
tiempo.
Salfumán. El
ritual del champán había llegado a las clases más bajas y en el mercado negro
podían encontrarse falsificaciones con etiquetas doradas y grandilocuentes: Don
Pépignon, Veuve Click y Mamm. Algunos decían que quien bebía ese salfumán
podía quedar ciego. En la torre de la farmacéutica, el presidente de la empresa
había destapado para el jefe del Gobierno una botella de gran calidad. Cuando
el primero quiso sellar la culminación de la alianza en su despacho
acristalado, desde donde se contemplaba la ruina general con ojo de halcón, al
gobernante le pareció una ofensa al cargo y se negó a ir. ¡Era el empresario el
que debía presentarse en el palacio de la nación! El otro lo tentó con las
burbujas vintage como señal de sometimiento.
Araña.
Los dos líderes eran muy jóvenes, nietos de supervivientes lijados por el clima
extremo. Desde el último piso de la atalaya, el jefe y el presidente comían
atendidos por empleados silentes con peluca, levita y calzones, según la última
moda para la servidumbre. Como era costumbre, ambos iban con la cara pintada de
blanco para protegerse de las radiaciones solares. El presidente decidió abrir
el champán él mismo. A los criados no se les permitía manipular los tesoros. Le
temblaron las manos, protegidas con guantes, al liberar el tapón de la araña de
alambre. Pese al poder del cargo y a la pequeña bodega champañera bajo el
control de la farmacéutica, muy pocas veces había tenido la oportunidad. Sabía
que sacar a alguien un ojo de un taponazo daba prestigio y aunque valoró disparar
al jefe, se abstuvo porque no tenía claro que él apreciara quedarse tuerto. El
flop fue discreto. Las burbujas eran finas como las cabezas de los alfileres.
Oxitocina.
¿De qué manera reaccionaría el cuerpo con la mezcla de alcohol y pastillas? Se
sentía estupendamente, también veía feliz al jefe. Brindaron de nuevo, esta vez
por la segunda fase del negocio. Las pastillas eran un triunfo biotecnológico y
moral. Ayudaban a la sociedad avanzar porque suprimía la culpa. Se trataba de
un derivado de la oxitocina y facilitaba la convivencia entre los pobres y los
acaudalados. En vez de separar a los colectivos, permitían una coexistencia en
los espacios públicos, en las calles y en las plazas. Se toleraban los unos a
los otros y era muchísimo más barato una ración de química que liquidar las
desigualdades. Se sonreían, aunque cada cual después cumplía con el destino,
unos en los rascacielos; los otros, en las barracas. Lo trascendental era que
las píldoras los habían vuelto resignados. Los desafortunados aceptaban la
situación y los afortunados permitían que los miserables estuvieran cerca. Ya
no los miraban con asco.
Invisible. En
el siguiente paso aún serían más radicales. La pastilla que preparaban, solo
disponible para las clases altas, borraría la presencia de los pobres,
los volvería invisibles, como si no existieran. El jefe del Ejecutivo nunca más
vería a un mendigo y eso, en términos de gobierno, significaba acabar con la
miseria.
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