Ciudad Nueva Economía // #CuentoTallaS
Páramo. La
promoción inmobiliaria era un fracaso mayúsculo. Durante años y años, la
inversión en márketing había sido millonaria para convencer a los compradores
de que la tarta levantada en la nada, delante de un mar del color del humo, era
un paraíso en el que vivir, invertir y endeudarse. Estaba bien
comunicado, eso era cierto, al lado de una vía principal. Y ahí terminaban las
ventajas. El entorno era un páramo, el mar era feo, los edificios eran
monstruosos. Una tras otra, las compañías que se simultanearon para terminar
las distintas fases se habían arruinado. La última jamás fue acabada y
quedaron, para la posteridad y el herrumbre, las costillas al aire de varios
bloques. Los anuncios en todos los diarios y en todas las revistas y en todas
las teles y en todas las radios resultaron poco convincentes y los hipotéticos
compradores jamás pasaron del piso de promoción. Una vez allí, tras respirar el
polvo del desierto y afligirse por las plantas que intentaban verdear el árido
suelo consoladas por la aspersión, solo tenían ganas de regresar al coche y
largarse.
Chatarrero. El
último de los promotores, un chatarrero enriquecido con los desechos de los
ciudadanos y que había solidificado una reputación como constructor, tuvo una
idea que era coherente con el latir de los tiempos: bautizarían la colonia como
Ciudad Nueva Economía y atraerían al capital basado en el consumo colaborativo.
Pisos turísticos, alquiler de vehículos con conductor (o “taxis, no”),
comedores en pisos privados. La operación era desesperada y tapizaron los
medios de comunicación con páginas de propaganda en las que se anunciaba la
apertura de aquella república. El alcalde del municipio en cuyo término ondeaba
la bandera pirata de Ciudad Nueva Economía se felicitó por los impuestos que
pensaba recaudar, aunque lo único que le ofreció el constructor fue un vaso de
agua salada. Argumentó que lo que promovían era el intercambio entre
particulares y que, a falta de regulación, no se sentían obligados a depositar
euros en el capazo público. Sugirió que pidiera la pasta a los usuarios. Los
especialistas en ingeniería financiera tejieron para el promotor una red de
empresas que intermediaban ante los visitantes para canalizar el dinero con
disimulo.
Detritus.
Sin tardanza, Ciudad Nueva Economía se convirtió en la Isla Tortuga de los
turistas, lugar salvaje y sin ley en el que se practicaban los deportes
extremos, del balconing al mamading. El borraching como
forma habitual de relación. La fiesta era interminable y pasaba de piso a piso.
Tras los calaveras, el rastro de vomitonas y botellas vacías y rotas y las manadas
de beodos durmiendo en los rellanos y las escaleras y las peleas, con alguna
reyerta, gotas de sangre para redondear el cóctel. Sin tiempo para abrir
restaurantes, algunos avispados ofrecían “la experiencia de la cocina local en
casa de un nativo”, aunque nadie era natural de Ciudad Nueva Economía. Para
aliviar a los hambrientos rondaron los foodtrucks, a los que los
fiesteros dieron un recibimiento de buitres. Conductores sin licencia de
transporte trasladaban a los parranderos desde los aeropuertos y puertos
cercanos y encochaban, días después, los despojos. Los camellos y los jugadores
pronto se convirtieron en habituales del poblado del oeste. Sin recogida de
basura, las calles fueron desapareciendo bajo la acumulación de detritus.
Complejo.
Hubo un intento de asesinato y otro de secuestro. El promotor pidió al alcalde
de la población más cercana, a quien pertenecían las tierras en las que
asentaba el complejo, que mandaran a la policía, a lo que este se negó
recordándole que no pagaban tributos. Reclamó ambulancias para atender a los
heridos de las riñas y el balconing. Reclamó la presencia de los
camiones de la basura para abrir paso en el vertedero. Reclamó la llegada de
los bomberos para apagar los fuegos que arrasaban algunas viviendas y florecían
en las aceras inmundas. Y a todas las peticiones se negó el alcalde porque
aquellos extraños no aportaban dinero a la comunidad. En pocas semanas, Ciudad
Nueva Economía se vino abajo, ardieron la mayoría de los inmuebles, el mar ganó
un nuevo tono de gris. Encontraron ahorcado al promotor en el cartel que daba
la bienvenida al paraíso.
Comentarios
Publicar un comentario