Cocina, juventud, futuro
La juventud no es un premio ni un castigo, sino la constatación de que el mundo ofrece oportunidades y de que casi todo está por construir.
Barcelona, la ciudad decadente según algunas miradas con demasiados intereses y muchas ganas de demolición, está viva en lo gastronómico, y eso que la pandemia es como trabajar bajo una guillotina.
Desde siempre, mis crónicas sobre restaurantes han prestado atención a las nuevas voces, sin descuidar a las veteranas, porque lo bisoño y desamparado necesita apoyo, visualización, explicaciones. En este tiempo de retraimiento y prudencia, que cocineros menores de 35 años decidan aventurarse, endeudando a la familia, es tan milagroso como esas sangres licuadas de los santos.
Una persona me preguntó en Instagram sobre una de las aperturas: “¿Arriesgado, loco, valiente?”. Los tres. Alto riesgo, bendita locura, necesario arrojo.
Visito Prodigi, de Jordi Tarré, de ¡25 años!, con experiencia, chorro de talento y una insólita madurez a la hora de definir los platos con apenas tres semanas de funcionamiento. Detrás de los gastos, ningún tío millonario ni inversionista gurmet, sino un padre taxista y una madre enfermera.
Es el momento de las felicitaciones y no de las necrológicas adelantadas que tanto gustan a los sabelotodos.
En repaso urgente a restaurantes abiertos en Barcelona en el último año y medio, detecto un gran número de chefs menores de 35, entre ellos, Lena María Grané y Ricky Smith (Baló), Ludwig Amiable (Palo Verde), Víctor Ródenas (Maleducat), Riccardo Radice y Giulia Gabriele (Fishology), Carlos Salvador (Amaica), Giacomo Hassan (Bodega Bonay), David Morera (Deliri), Rafa de Bedoya (Aleia)… Por desgracia, siguen siendo negocios de (mayoritariamente) caras masculinas.
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¿Inventamos un nombre? ¿Los agrupamos? Da igual, no importa, porque son, ahora mismo, el más estimulante, energético y esperanzador retrato de esa Barcelona que algunos piensan oxidada y rechinante.
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