Verdugo, víctima
NARCISISTA. Hay grafiteros y narcisistas con espray. No escribiré más que estas pocas líneas sobre los segundos porque son esos cobardes que, por la noche, ensombrecidos, firman fachadas con un chorrito tóxico, siguiendo las prácticas de los perros que chulean las esquinas con orín.
GRAFITERO. Los ilustradores de paredes son otra cosa, embellecedores de espacios muertos. Uno de ellos es Werens, que durante años pintó flores estilizadas, elásticos tallos, enhiestas campanillas, en puertas y muros de casas abandonadas de Sabadell. Dio vida a los cadáveres urbanísticos, invitando a una mirada distinta sobre la ruina. Fotografié unas cuantas, desconociendo quién las plantaba.
MARCHITAR. Hace poco, crucé unas palabras con Werens. Hablamos sobre una historia marchita: “Hice unas 300 flores, pero las han borrado casi todas”. Curiosa la diligencia de los servicios municipales de Sabadell en limpiar la floración mientras los escarabajos arrastraban los excrementos de la corrupción por el ayuntamiento. En el ordenador, almaceno las flores como recuerdo de un pasado inmediato, ayer mismo, que ha dejado de existir.
NAZI. Verdugo.
DESAHUCIADO. Víctima.
IGNORANTE. ¿Entiendes la diferencia, María Dolores de Cospedal?
AMORATAR. Cospedal no ha sido el primer personaje público que ha hablado con trivialidad del nazismo. Tampoco el último, aunque tal vez sí el que debería comportarse con más responsabilidad por la posición que ocupa, política e institucional. O constitucional, palabra que los centralistas saborean como miel cuando la tocan con los labios. Pervierten el lenguaje, maltratan las palabras hasta amoratarlas. Cada vez que un disparatado diga na-zi a la ligera, que lo pongan de cara a la pared con libros de Historia en las manos, pedagogía para asnos. Hay miles, pesan cientos de kilos. Sería aconsejable comenzar con los trabajos sobre Hitler que ha escrito Ian Kershaw. Porque el mal no cabe en un solo volumen ni en una palabra. Na-zi.
PÁNICO. Démonos un respiro para escribir sobre Sara Montiel y un crucero del pánico rumbo a Ibiza. Fue en 1995 y presentaba una astracanada: la versión maquinera de Amados míos. Los de un programa de tele le hicieron creer que unos terroristas habían secuestrado la nave. Aclarada la broma, el resumen de la jornada fue: “No he comido, he vomitado y se me ha corrido el rimel”. Tenía 67 años y estaba más preocupada por amasillar el perfil de esfinge que por despedirse de la profesión como una reina. Acongojaba verla bailar a zancazos el inmundo bakalao.
CAMPEONA. La hipocresía del entierro de Margaret Thatcher fue gastar 11 millones de euros del erario público en el paseíllo para despedir a la campeona de los intereses privados.
uff :(
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Demasiado dificil para Maria Dolores. Ella pide que le den y ni eso. Que pobre...!
ResponderEliminarPara nosotros, solo Dolores, esta mujer duele.
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