Puerta giratoria
Y claro. |
PUERTA (GIRATORIA). Detesto las puertas giratorias. No sé circular por ellas, a diferencia de las rotondas. Cuando junto al molinillo existe la oportunidad del picaporte y los goznes, la aprovecho. Si son pequeñas, tipo hotel, me molesta que alguien se meta en el mismo compartimento porque son apreturas entre desconocidos. Avanzas con pasitos de reo encadenado hasta que la cuña móvil llega al destino.
HÁMSTER. Si la puerta es grande, tipo aeropuerto, temo que me quedaré encerrado en la rueda como un hámster. Algún especialista en multitudes ha decidido que los espacios se descongestionan gracias al repartidor circular. No lo sé: quiero seguir dando la oportunidad a las puertas, aunque sean automáticas y amenacen con decapitarnos con las hojas de cristal.
PORTERO. La puerta giratoria es la venganza del portero de hotel con librea, que se siente humillado por el uniforme de paño y se chotea en silencio del atropellado cliente que pretende franquear la barrera con una maleta. Cuando el incauto ruede por el suelo, él correrá solícito, aguantando la risa, a atenderlo.
ASPIRADOR. Estamos en un club privado de Londres al que se accede por invitación –¿y quién la quiere?, se come muy mal–. El hombre, un ejecutivo alto y flaco, con orgullo de dientes y gemelos rectangulares y brillantes, describe una de las profesiones de la City: “No hay tiempo que perder. Los trabajadores almuerzan sobre los teclados. Y, cuando acaban, pasa alguien con un aspiradorcito para limpiar entre las teclas”. En la India existen los repartidores de almuerzos para que el esclavo siga en la oficina. Más horas no significa más productividad, sino más horas.
CURSI. Las rosas pinchan para recordar que la belleza es imperfecta. Me corto las venas con un folio después de escribir la ñoñería. Lo único que no se puede ser en la vida es cursi.
POLIDEPORTIVO. Urdangarin y Cristina, el jugador y la infanta, siguen el circuito infantil de balonmano por la provincia de Barcelona. Sus hijos Juan y Pablo continúan con la actividad familiar. Llegan a los polideportivos entre cuchicheos y alzamiento de móviles, a la salida alguien grita “¡ladrón!”, tal vez un niño.
MANSEDUMBRE. Es un público familiar y aflojado por el fin de semana, al que altera la presencia de esos personajes irritantes, que también tienen hijos, que también juegan al balonmano y que, seguramente, también se regalan unos berberechos dominicales, aunque desenlatados por el servicio. Tienen que convivir con el alboroto, acostumbrados al silencio y a la reverencia. A ellos les molesta. A los demás les fastidia que sigan apareciendo por esos polideportivos modestos y municipales perturbándoles la mansedumbre del domingo.
MAGO. La puerta giratoria es un artefacto de mago: entra un cargo público que ha beneficiado a un sector y sale un ejecutivo fichado en agradecimiento.
CHÁNDAL. Urgandarin también pasó por una puerta giratoria: entró con chándal y salió con traje.
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