El butacón verde
APARADOR. Algún vecino se está deshaciendo del pasado con vergüenza y nocturnidad. Comenzó a suceder hace meses y se repite con ritmos que no corresponden a ningún calendario. Primero sacó un aparador de esos que apuntalan comedores sombríos. Enorme, la pintura leprosa. Lo dejó en la calle. Podría haberlo llevado a los contenedores, a pocos metros, o haber llamado al ayuntamiento. Al cabo de unos días de que los barrenderos pasaran junto al monstruo sin demostrar interés, llamé a los servicios municipales de recogida. A diferencia de sus colegas, fueron muy rápidos.
CUNICULTURA. El desarme siguió con un armatoste raro: una jaula rota y voluminosa, hecha con maderas y plásticos. Parecía una conejera, aunque el vecindario es más de plantitas de albahaca y menta que de agropecuarios con aptitudes cunicultoras. Quedó en el mismo lugar obsceno que el aparador y tampoco los barrenderos se sintieron aludidos en la tarea de expulsadores de desperdicios. ¿No es parte de la labor advertir a otros operarios con camión de las incidencias en las aceras?
BUTACA. El tercer regalo de ese morador de mudanza fue una butaca verde para culos muy gordos. Lo imaginé sentado en ese trono con la tela roída, alimentando conejos cabezones en un comedor presidido por el aparador, en cuyo interior quedaban los platos supervivientes de una vajilla que, alguna vez, fue solemne. Comer en platos desaparejados es la constatación física de una vida ruinosa. En los tres casos tuvo que intervenir el ayuntamiento tras ser advertido por teléfono.
SUPERLUNA. El patrón del caradura era imprevisible. Dejaba pasar tiempo entre una y otra entrega, como si meditase qué lastre soltar y en qué momento. ¿Se guiaba por las lunas? El siguiente desescombro sucedió tras la Superluna de mediados de agosto.
GARRAPATA. Aquel tipo no se comportaba como un hombre lobo en un ataque lunático, sino como un chucho garrapatero que expulsa sus miserias. En lugar de avanzar con un nuevo mueble del catálogo, se repitió como un asesino en serie que ha perdido la imaginación. Se deshizo de otra butaca verde, la gemela, que colocó en el mismo lugar como si siguiera un ritual mobiliario. ¿Qué le costaba avisar a la recogida de trastos? ¿Por qué se empeñaba en aquel punto?, ¿qué tenía de particular?
RETRETE. La historia ha llegado hasta el presente. Cada mañana y cada noche, al salir y entrar en casa, veo el butacón y estoy tentado en volver a llamar a la autoridad para que se lo lleve. Sigo una lucha callejera con un contrincante anónimo que tampoco sabe que tiene un enemigo en mí. Vigilar la calle no es una opción porque enfilaría el camino de la paranoia. ¿Cuál será su siguiente movimiento? Una casa da mucho de sí: ha comenzado por el comedor y podría continuar por la habitación de matrimonio. Solo deseo que no emprenda la renovación del cuarto de baño. Un retrete es algo que preferiría alejar de mi calle.
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