El restaurante: La Pedrera Restaurant
La Pedrera Restaurant
Passeig de Gràcia, 92. Barcelona.
T: 93.488.01.76.
Precio medio (sin vino): 35 €.
Menú de mediodía: 28€.
Apúntatelo, Gaudí
Eugeni de Diego quiere “ser
prudente”, ir “poco a poco”. Lo repite con variados giros, así que esta crónica
sobre el restaurante de La Pedrera será provisional, aunque por la calidad de
lo comido podría ser definitiva.
Después de haber sido jefe de cocina en El
Bulli y, en la actualidad, organizar la Bullipedia con Ferran Adrià, es
comprensible que Eugeni evite precipitarse: ha sido educado en el rigor y la
firmeza.
El patinaje sobre hielo no es
una disciplina de su gusto. Prefiere los pies sobre el firme.
Se habla de este lugar antes de
que la carta sea-la-que-tiene-que-ser –y el proyecto, “el definitivo”– porque
sería injusto ocultar lo que sucede bajo el techo de Gaudí. “Dentro de tres
meses será otra cosa, mejor. Y dentro de seis…”.
Vale, nos conformaremos con lo
que tenemos, que es mucho. Eugeni, que no se encuentra allí físicamente, “estoy
en la Bullipedia, eh”, ha fichado a Miguel Ángel Mayor (ex Arola) y a la
pastelera Ana Alvarado y entre los tres construyen qué se come en el monumento.
Miguel Ángel recuerda que la
amistad nació al sol de Montjoi: “Nos conocimos en El Bulli”. Y es la herencia
del mito la que aquí se expone.
¿Cuál sería la versión popular
de lo bulliniano? Esto, ideas y técnicas tecnoemocionales al servicio de lo
cotidiano. Lo conocido con plus. Hubo en El Bulli un plato totémico, el tuétano
con caviar, y puede que con intención o como velado recuerdo aparezcan unas
monedas de médula con caviar de Riofrío, caviar de aceite y una vichyssoise. El
blanco-negro está bueno-rebueno, a un precio de postal: 15 euros. Cuando lo
como, cuando lo pruebo sé que de las manos del trío saldrán grandes obras.
Apúntatelo, Gaudí.
El pináculo es la caballa con
coliflor rallada, gelatina de vinagre y caldo de ceps. No solo es perfecta la cocción del pescado, sino que la
acidez está trabajada como complemento y no como exterminadora de sutilezas. Un
plato con ángel, y demonio.
Los postres tienen altura. Ana
conoce bien el obulato (papel de almidón de patata) y lo usa como cono para el
helado de fresa.
La crema de cerveza oculta un sorbete de fresa, mango y uva.
Le siguen las láminas de manzana, con espuma de coco y almendra.
Saber acabar
bien una comida es más importante que inaugurarla.
Me he dejado en el camino tres
platos con más volumen que la barba del arquitecto: el buey de mar con
aguacate, los raviolis con langostinos y la costilla deshuesada de cerdo
ibérico. ¿Algún pero? La lámina con cansalada del aperitivo, con un
inapropiado toque dulce.
Eugeni explica que no tienen
fuego directo, ay, edificio protegido, que se apañan con el Roner y los hornos.
¡Más mérito aún! No hay llama, pero hay ingenio.
De ser un turista, habría salido
de La Pedrera dando saltos, poseedor de una información que no aparece en las
guías y, en las mejillas, el ardor del descubrimiento.
Sin saber que gaudir en catalán significa disfrutar.
Atención a: la terraza y su
carta de tapeo chulo.
Recomendable para: los que
quieren comer en un edificio singular.
Que huyan: los que asocian
monumento a bolsa de patata frita.
los platos son autenticas obras de arte
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