Encerrados en casa








Vicente Verdú es un fino analista de lo cotidiano: trabaja a ras del suelo.

Los académicos prefieren los asuntos grandilocuentes, capitales para la humanidad. Pensar en quiénes sómos, adónde vamos, de dónde venimos y a qué hora pasa el próximo autobús.

Verdú elige lo pequeño, lo real, lo que sucede a diario. Es posible que un asteroide se estrelle contra la Tierra y los pobladores nos convirtamos en polvo cósmico, pero lo auténticamente irritante es que el vecino ponga la música a volumen de after.

Precisamente con los vecinos comienza Enseres domésticos, subtitulado Amores, pavores, sujetos y objetos encerrados en casa, un ensayo sobre el hogar, a veces más peligroso que la selva amazónica.

En el capítulo titulado Comer escribe: “La sal y el azúcar forman el par albo y primario en la cocina. Ellos mismos son productos puros (*) extraídos  de la desecación y reducidos como dos concentrados procedentes de la humedad sencilla”.

Un libro con sal y azúcar al 50%.



(*) Se equivoca ahí Verdú. El azúcar blanco (albo) es un producto sometido a una gran manipulación.




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