Nuestra bondad teórica







VAMPIRO. Es agradable que Pablo Iglesias regale libros. A Pedro Sánchez lo obsequió con la Historia del baloncesto en España, aunque no lo hizo para señalar la altura política del pívot del PSOE. Iglesias se alimenta de la luz de los flases y los focos como un vampiro al revés. El presente, que debería haber formado parte de la intimidad para ser tomado como un gesto sincero, se convirtió en exhibicionismo cuando Iglesias tuiteó la dedicatoria incluso antes de habérselo dado: “Es bueno empezar por lo que nos une”.



JACTANCIOSO. Este hombre, el profesor Pablo Iglesias Turrión, debería ser más respetuoso y discreto, menos jactancioso, y actuar como un adulto en lugar de un niño que quiere llamar la atención de manera exasperante y que obliga a ser aplaudido y besuqueado y alabado. Qué mono y listo es mi niño. Dedicar un libro –elegirlo, pensar unas frases adecuadas– y convertir esas palabras en un acto propagandístico es cargarse la camaradería y la discreción a la que obliga todo regalo.



GEOMETRÍA. El mendigo al que humillaron unos seguidores del Arsenal sigue en el Portal de l’Àngel de Barcelona, entre remolinos de ciudadanos, locales y extranjeros. Fue una celebridad de minutos. Los medios de comunicación contaron que era húngaro, que tenía tres hijas y que quedó inválido de niño tras ser atropellado. Sus piernas presentan una horrible geometría. Se burlaron de él los hooligans, le lanzaron monedas y se ofendieron los buenos ciudadanos por la mezquina actuación de los futboleros. ¿Y ahora? Ahora es el mismo pobre que fue, reconocido por algunos sin que esa indeseada fama le haya servido.



ACEITUNA. Nos encanta indignarnos en abstracto. Pero el inválido del Portal de l’Àngel es alguien de verdad, no una idea fantasiosa. ¿De qué sirve encolerizarse en la barra del bar contra los energúmenos del Arsenal si ese hombre con bastón continúa con su guardia de piedra a la espera de un euro? Satisfechos por la invectiva contra los indeseables, solidarios con el mendigo, encantados con nuestra bondad teórica, pedimos otra caña de cerveza, y unas aceitunas rellenas.



LOMBRIZ. Leí en algún sitio que las lombrices habían enterrado Roma. Es una reflexión seductora: millones de anélidos trasladando toneladas de tierra de forma lenta pero implacable hasta cubrir las columnas, los templos, las estatuas, la gloria podrida de los césares. Sobre espléndidas ciudades, ya derrotadas, han levantado túmulos  excavados por los arqueólogos. Son las arquitectas secretas del mundo, las grandes transformadoras. Les tengo simpatía. Después de llover, escapan por la terraza montadas en los charcos. Cuando el agua se seca, el sol las pega al suelo, aplastándolas. Las recojo y las devuelvo a los tiestos para que sigan oxigenando el suelo, cambiándolo, aportando nutrientes. Bajo nuestros pies, la tierra es nerviosa gracias a esas sinuosidades. Cuando las cojo, noto la viscosidad y la frialdad. Se retuercen, quieren escapar de las manos. Pese a ser vecinos, a compartir el espacio, somos unos extraños. Sé que algún día sepultarán nuestra civilización.




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