Padrineando // Un viaje a Corleone, Sicilia





Agosto del 2016: "Corleone se queda sin Ayuntamiento por sus tratos con la mafia"


Este viaje fue publicado en El Periódico en agosto del 2008. El tiempo no avanza. La mafia lo sigue manchando todo.



Viajar a Palermo bajo el síndrome del padrino es peligroso. No porque haya amenaza, sino por el exceso de fantasía que desfigura la realidad.

¿El granuja que pide una moneda para vigilar el coche es mafia? ¿Los taxistas que cobran, respectivamente, 10, 15 y 20 euros por un trayecto ínfimo son mafia? ¿El motorino que viaja en contradirección, amenazante como una navaja abierta, es mafia? ¿Los basureros reventados, las aceras levantadas, los socavones son de la Mafia? ¿Las obras sin obreros, los andamios constantes y vacíos en los palazzos del barrio de la Kalsa son de la Mafia? A lo mejor sí; a lo mejor, no.

La Mafia es una multinacional que no cotiza en bolsa, que no declara beneficios y cuyos consejos de administración se celebran en secreto. En su versión menos letal, la mafia es, lo ha sido siempre, una actitud.

Sobrecoge pasar junto al monumento que recuerda el asesinato del juez Falcone en 1992, reventado en la autopista que une el aeropuerto de Punta Raisi con Palermo. Las imágenes del cráter quedarán grabadas a fuego y alquitrán en la memoria. Pero este viaje no persigue la vera historia de la Mafia sino la imaginada por Hollywood. Aunque es difícil saber qué es real y qué inventado con la fértil toponimia: Corleone, Prizzi, castillo Soprano... ¿Falso, auténtico Un relato hecho de fragmentos de ficción e historia.

De forma inesperada, Sicilia se ríe del drama y es posible encontrar camisetas folclórico-mafiosas con el dibujo de un campesino con coppola (gorra), chaleco y lupara (escopeta). "U'Mafiusu", se lee.

Con los asesinos corleoneses Totó Riina y Bernardo Provenzano en prisión, la broma ha comenzado. En el mercado de San Bernardo, Giorgio vende camisetas de El Padrino estampadas con gotas de sangre y la cabeza patricia de Marlon Brando, y otras con una leyenda siniestra: "Producto nacional: el padrino". "Las compran los turistas de los cruceros. Vendo 300 a la semana", y guiña un ojo mientras ofrece otra prenda con aforismo: "En Sicilia no se trabaja, se vive".

La entrada en el ambiente negro comienza con la cena en la Antica Focacceria di San Francesco, en el corazón de Kalsa, el laberinto palermitano que fue árabe, la kasbah; que fue normando, que fue barroco, que fue neoclásico, que fue bombardeado en la segunda guerra mundial, que fue territorio de hostilidades mafiosas y que sobrevive entre paredes carcomidas y una belleza putrefacta.

Una camarera suelta la salmodia turística: "Es un edificio del siglo XVII. Fue el palacio del príncipe de Cattolica. En 1834, el príncipe cedió al cocinero Antonino Alaimo la capilla, donde abrió la focacceria. Por aquí han pasado todos, Garibaldi, Pirandello, Lucky Luciano...". Frente a la Antica Focacceria hay policías con metralleta. Entre 1834 y el 2005, la Mafia no se interesó por ellos. Ahora los amenazan.

A Lucky Luciano, un fantasma en El Padrino, le gustaba la pasta con le sarde, pasta con sardina e hinojo, el plato que describe la isla, mar y montaña, una cierta amargura en la boca. Lo recomendable es pedir bucatini con sardinas para ver si con la ouija serpenteante aparece Luciano.

Aunque es difícil porque además de los carabinieri habituales, la terraza está rodeada por agentes con armamento pesado. Cena un magistrado saltarín y cada vez que se levanta para saludar, dos de los escoltas, uno con camiseta amarilla, otro naranja, aprietan las riñoneras en las que esconden las pistolas.

Al día siguiente, Corleone. Es salir de Palermo y dejar atrás la inmundicia. Ninguna escena de El padrino sucede en la localidad, pero está repleta de simbolismo.

La carretera hacia el interior transcurre por campos de trigo ya segados, riqueza y pobreza de Sicilia, expoliado el grano por todos los pueblos invasores.

En la oficina de turismo, en la plaza de los mártires Falcone y Borsellino, indican un itinerario que incluye una visita al Centro Internazionale di Documentazione sulle Mafie e del Movimiento Antimafia. Massimiliana es la guía: "Todo el mundo viene preguntando por El Padrino, que no tiene que ver con nosotros. Es una ficción ridícula que nos perjudica".

Muestra Massimiliana la galería de los monstruos, con las fotos de Riina y Provenzano, rostros desafiantes y burlones, provocando al Estado. Y los más de 500 volúmenes con las actas del maxiproceso de 1986, 474 acusados, 360 convictos. Esa pared con archivadores verdes es la tapia de un cementerio.

De regreso a la calle, el sol borra los pensamientos siniestros. La liturgia del pueblo sigiloso, las miradas tras los visillos, el luto como respuesta no existen este verano.

Un desahogo en el Central Bar, abierto en 1958 por Giuseppe Ruggiello. Los carteles y las fotos de El Padrino dan la bienvenida. Y el amaro y el limoncello Il Padrino. Y la banda sonora de la película, insinuante y lúgubre.

Gianfranco Ruggiello, hijo de Giuseppe enseña una fotografía de 1990 firmada por Al Pacino: "Era muy simpático. Su abuela nació en Corleone. Fue el único que vino por aquí". 

El amaro Il Padrino, licor de hierbas, es un tiro de lupara. La competencia es el amaro Don Corleone. "Si en lugar de Il Padrino se llamase Ruggielo no venderíamos ni uno. Y eso que es bueno. ¿Verdad que es bueno?".

Con el riñón colgando partimos hacia Savoca y Forza d'Agro, donde Francis Ford Coppola plantó la cámara en busca de la violencia.

Situadas junto a Taormina, en el noroeste, las dos poblaciones están en lo alto de colinas, vigilantes. Desde las atalayas, el estrecho de Messina y la punta de la bota. Circula un tráfico marino denso y terrestre, un mar de trabajo y de placer, cargueros y transatlánticos.

En una tienda de Taormina venden la versión cosmopolita y exportable de la coppola, estampada, a rayas, La Coppola Storta; la coppola de Savoca cubre cabezas sin comedia.

Es la diferencia en menos de 20 kilómetros. Savoca ha entrado en el circuito, así que el pintoresquismo de las bermudas atraviesa estas callejuelas que fueron turísticamente virginales.

Vicenzo Pasquale lo celebra. Vincenzo es el dueño de la tienda de souvenirs Del Borgo. Fue figurante. Enseña un fotograma --y lo firma con nostalgia y orgullo-- en el que aparece con Al Pacino: "Por tres días cobré 30.000 liras. ¡Una fortuna para un estudiante!".

La escena es famosa: Michael Corleone (Al Pacino), u'mafiusu, con chaleco y coppola, se sienta en un bar con dos guardaespaldas. El bar, el Vitelli, existe y en el emparrado cuelgan uvas, que serán pasas. La pasa es esencial para la pasta con le sarde.

En el pueblo, Coppola rodó la boda de Michael con Apollonia, por lo que la iglesia de Santa Lucía ha sido consagrada por la beatería cinematográfica. El Corleone inventado de la trilogía es un puzle con piezas de Savoca y Forza d'Agro.

"En 30 años no se ha hablado de El Padrino. Esto estaba muerto". U'mafiusu. Sicilia cambia. "Abrimos hace cuatro años y viene mucha gente. En septiembre se casaron un abogado de Boston y una abogada inglesa imitando la boda de Michael y Apollonia". Vicenzo rememora la sed dromedaria de Coppola en aquel verano de 1971 y la reserva de Al Pacino.

Y regreso a Palermo al encuentro de la escena más dramática. En las escaleras del teatro Massimo, cae abatida Mary, la hija de Michael. Cavalleria rusticana, disparos, muerte. Michael hereda sangre y lega sangre. En la realidad palermitana, ajeno a la fatalidad, un vendedor de helados raspa hielo, al que añade jarabe rojo, tal vez de fresa.

En el aire, la música de Nino Rota, solemne, trágica, paso de Semana Santa. Terciopelo en agosto. 





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